Pablo Ruiz Picasso llega a París a finales de octubre de 1900 con apenas 18 años acompañado por sus amigos Carles Casagemas y Manuel Pallarés. Ha realizado una tela para el pabellón español de la Exposición Universal, titulada Últimos momentos, de factura académica, en la línea de Ciencia y caridad. Es un joven provinciano con los ojos muy abiertos en la capital cultural del mundo. Se instala en un estudio de Montmartre donde habita una efervescente comunidad artística. En diciembre vuelve a Barcelona con el encargo de una exposición en París y con el veneno en el cuerpo.
La muestra contiene piezas de Van Gogh, Cézanne, Matisse o Toulouse-Lautrec
Picasso tardará seis años en fabricar a Picasso. En 1907 es ya uno de los referentes ineludibles de las vanguardias y dispone de las herramientas que le van a permitir cambiar la historia del arte en el siglo XX. La exposición Devorar París. Picasso 1900-1907, que abrió ayer en el Museo Picasso de Barcelona, y podrá verse hasta el 16 de octubre, es el relato de este periodo mágico, de las conexiones, los espacios, las casualidades, los amigos, las modelos y las amantes, y las líneas de tensión del pensamiento y del arte que confluyen para que Picasso llegue a ser Picasso.
Comisariada por Marilyn McCully, una de las mayores expertas en el pintor malagueño, la muestra, en colaboración con el Museo Van Gogh de Amsterdam, recoge obra de los artistas que influenciaron a aquel joven inmerso en la vorágine parisiense del arranque del siglo XX. Es un regalo para los ojos: de Van Gogh a Gauguin, pasando por Cézanne, Toulouse-Lautrec, Derain, Matisse, Gris, Van Dongen, Puvis de Chavannes o Redon, entre otros, llenan las paredes del palacio de la calle de Montcada. Con ellas, medio centenar de piezas de Picasso que muestran el camino que va desde la inexistente Últimos momentos, que le sirvió para llegar a París pero sobre la que en 1903 pintó La vida, hasta el extraordinario Autorretrato con paleta, de 1906, prestado por el Museo de Filadelfia; toda una declaración de intenciones.
Hay hasta 11 piezas de Van Gogh, que según la tesis de McCully es uno de los pintores determinantes en la formación del joven Picasso. "Con 90 años", recordó ayer, "Picasso confesó que sólo había habido unos pocos artistas importantes en su vida, y uno de ellos había sido Van Gogh". Según la comisaria de la muestra, "lo que más le llamó la atención del pintor holandés fue su forma de plasmar en el lienzo, su forma de ver las cosas". No es casual, en cualquier caso, que en marzo de 1901, tuviera lugar la gran exposición de Van Gogh en París, ya reconocido después de su muerte, y que tres meses después Picasso expusiera en la galería Vollard de la rue Laffitte, una serie de obras que pinta de forma rápida a lo largo de los tres meses precedentes y que los críticos le achaquen de "imitador". "Nunca fue un imitador", responde McCully, "pues es imposible confundir una sola de sus obras con la de otro artista". De Van Gogh hay en la muestra algunas piezas extraordinarias como el Autorretrato como pintor y Trigal, de 1888, o La colina de Montmartre y Mesa de café con absenta, de 1887.
La exposición recoge también el periodo intermedio, cuando Picasso "duda de si volver a ser un pintor español", y le asalta la culpabilidad por la muerte de su amigo Casagemas, a quien ha dejado solo en París, y sobre lo que pinta hasta tres cuadros, incluidoCasagemas en su ataúd. Pero vuelve a París y se instala en el famoso estudio del Bateau-Lavoir, junto al escultor vasco Paco Durrio, que a su vez lo había compartido con Paul Gauguin. Un espacio muy peculiar del que se pueden contemplar las fotografías inéditas realizadas en 1970 por Andre Fagè, poco antes de que fuera destruido en un incendio. Es el periodo en el que descubre las esculturas íberas y africanas -la Cabeza masculina, del Cerro de los Santos- y busca soluciones para plasmar sus ideas sobre los volúmenes que le llevarán al cubismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario