Dichosos aquellos que no han leído «¡Noticia bomba!» de Evelyn Waugh, porque todavía les queda por experimentar unos de los mayores placeres de la vida... Noticia bomba: todos los cuentos del escritor inglés en un solo volumen. ¿Se les ocurre mejor compañía para sobrellevar la canícula?
Evelyn Waugh. Unos lo descubrieron cuando la BBC adaptó su«Retorno a Brideshead», el serial que consagró a Jeremy Irons. Otros pensaron que Evelyn era una escritora, porque ese nombre anglosajón se utiliza en ambos sexos. Paradojas del destino. Evelyn Waugh se casa en 1928 con Evelyn Gardner, el mismo año en que publicó «Grandeza y decadencia» título, al parecer, premonitorio. «El» y «la» Evelyn se divorcian el 1929, el año del crash (ella se la pegaba con otro). El episodio adulterino inspirará «Amor en plena crisis» (1932).
El milagro de Waugh, señala Anthony Lane, compilador de estos «Cuentos completos»que edita por primera vez en España RBA es que, «aunque pueda marchitarse, nunca envejece». Escribió 38 relatos a lo largo de 52 años; el primero de ellos, datado en 1910 y titulado «La maldición de la carrera de caballos», ya apuntaba maneras, pese a la faltas de ortografía propias de un niño de siete años. Waugh no envejece, insiste Lane, porque nos brinda «seiscientas páginas de hastío, abandono, decepción, inelegancia, carraspeante esnobismo y destellos de ira contenida».
Y la fórmula funciona: «Lo lógico sería que el libro sumiera al lector en la melancolía, pero, por el contrario, uno sale con ánimos renovados y la moral alta, como después de una ducha fría y un buen combinado».
Relatos breves; un concentrado del Waugh encaramado al árbol genealógico y el conflicto entre la corrección social y la mala conciencia. Escritos de juventud, relatos de la vida estudiantil en Oxford, y joyas rescatadas como «La breve salida del doctor Loveday» y «La Europa moderna de Scott-King»; «El hombre al que le gustaba Dickens», final alternativo de «Un puñado de polvo» (1934); un capítulo perdido sobre la vida de Charles Ryder -protagonista de «Retorno a Brideshead»; y otros dos de la novela inacabada «Trabajo pendiente».
Pero demos la palabra al bibliófilo que prefería los libros a los niños. Julio de 1956, en la fiesta de su hija Teresa, Waugh pide en el menú para la cena «Champagne para todos; Gran Reserva sólo para mí»... Al final de su vida, y según cuenta Lane, «solía sentarse a solas con un vaso en la mano, optimistamente orgulloso de no tener a mano a nadie con quien mereciera la pena compartir unas gotas». Considerado odioso y elitista, Waugh no incluía la humildad entre las virtudes del creador, sino el orgullo, la avaricia, la mala intención: «Así enriquece más al mundo que los generosos y los buenos, aunque por el camino puede peder su alma. He aquí la paradoja del quehacer artístico» proclamaba.
En otro abril, de 1962, el entrevistador de «The París Rewiew»Julian Jebb pasó tres horas con Waugh en la habitación de un hotel con vistas a Hyde Park. El aristocratismo del escritor le llevó a inquirir si estaba ante una persona reaccionaria. Lejos de ofenderse, Waugh se reafirmó en sus principios: «Un artista debe ser reaccionario. Tiene que oponerse al tono de la época y no caer en él y seguirlo; debe ofrecer cierta resistencia. Incluso los grandes artistas victorianos eran todos antivictorianos, pese a que les presionaban para que se ajustaran a ello». De aquella, entrevista, recogida por Echevarría en la antología «The Paris Review» (El Aleph), Jebb destacó el lenguaje de Waugh: «Sus frases habladas resultaban tan elegantes, precisas y redondas como las escritas», aunque se mostraba reacio a ligar episodios de su vida con sus obras. Era la época en que un Waugh sesentón comenzó a escribir «Una educación incompleta» (Libros del Asteroide), autobiografía de sus años de Oxford que vió la luz en 1964 y que ya no tuvo continuación: la única pàgina que dejó escrita poco antes de morir, un domingo de Pascua de 1966, se titulaba «Un poco de esperanza». Fue, apunta Miguel Sánchez Ostiz, «un personaje muy complejo y contradictorio, no siempre previsible, que, encima, no ocultó los rasgos más conflictivos de su personalidad, aunque estos fueran a menudo patológicos... Por eso resulta Waugh tan atractivo.»
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