Nunca se ha desmentido que en julio de 1986, cuando apareció el primer número del Diario de poesía, en el escenario poético local convivían por un lado una corriente neorromántica, promulgada por la revista Ultimo Reino, y por el otro estaban los neobarrocos, con el acento puesto en el juego y en la densidad del lenguaje, en la idea de superficie. Daniel Samoilovich (1949), que había regresado de Europa, había percibido “demasiada satisfacción de esos poetas con lo que estaban haciendo, y con un lenguaje muy encerrado”.
Tanto él como sus primeros interlocutores, Daniel García Helder (1961), Martín Prieto (1961) y Ricardo Ibarlucía (1961), se sentían en otro momento poético. “Abrevábamos en fuentes menos entusiastas, que ponían el acento en la opacidad del lenguaje. Leíamos a Enrique Lihn, a W. H. Auden, escritores que arrastran el impulso poético, pero lo someten a una instancia de pasmo, de detención. Teníamos una vocación de generar un aire más favorable a eso que nos gustaba. Queríamos instalar temas y rediscutir la tradición”, dice Samoilovich.
Para vincular a la poesía con lectores no habituados y con otras áreas de la cultura, pensaron la idea de hacer una revista en formato tabloide que se vendiera en los quioscos. La Revista (de poesía), dirigida por Juan Carlos Martini Real, que había sacado un solo número, en 1984, y la italiana Afabeta, hecha por filósofos y poetas, fueron los modelos gráficos sobre los que se pensó la publicación. La forma distintiva se la dio Juan Pablo Renzi, director de arte del Diario... hasta su fallecimiento, en 1992, cuando fue reemplazado por Eduardo Stupía.
Samoilovich fue siempre el director del Diario...; en el primer número, el consejo de redacción estaba integrado por Jorge Fondebrider (1956), Daniel Freidemberg (1945), Diana Bellessi (1946), Helder, Prieto, y Elvio Gandolfo (1947). En el número 4 se incorpora Josefina Darriba (1960), en el 6, Mirta Rosenberg (1951), en el 9, Jorge Ricardo Aulicino (1949) y Ricardo Ibarlucía, (1961). Del 1 se tiraron 5 mil ejemplares, a los que luego se sumarían 2 mil más.
Poeta e investigador, Carlos Battilana señaló en un trabajo que “una de las novedades de Diario… fue el nuevo vínculo que estableció con el espacio público. El formato periodístico y la circulación relativamente masiva predispusieron la lectura en un sentido particular: la revista confrontaba con la idea de la poesía concebida en términos defensivos, o de repliegue”. Editadas como libro, las revistas Ultimo Reino, Xul y La danza del Ratón, fundadas durante los años de dictadura, imprimían cantidades sensiblemente menores y no tenían casi presencia en quioscos.
El esquema interno del Diario... incluía varias secciones: un reportaje, poesía argentina actual, un dossier destinado a un poeta, a la poesía de un país o a un tema, reseñas bibliográficas, agenda, columnas de opinión, traducciones de poesía. Salía tres veces al año. El material a publicarse se definía por “minoría apasionada”. Helder y Prieto eran quizás los que pugnaban por darle a la revista un cierto perfil “movimientista”, como punta de una poética, el objetivismo, que ellos empezarían a definir. Samoilovich y Fondebrider (secretario de redacción) exhibían una posición estética afín, aunque más negociadora. Bellessi, Ibarlucía, Rosenberg, Aulicino y Freidemberg se inclinaban por abrir la revista a poéticas diversas.
El dossier del n° 1 estuvo dedicado a Juan L. Ortiz. “No compartíamos la idea de que la poesía argentina no tenía padres. Así como los neobarrocos tenían a Osvaldo Lamborghini y Xul a Edgar Bayley, queríamos instalar a Juanele en el canon, con su mezcla tan particular de simbolismo, más cuestión social, más paisaje local. Saer funcionaba como un gran referente para varios integrantes del Diario...”, dice Samoilovich.
La revista rosarina El lagrimal Trifurca, que hasta 1976 había dirigido Francisco Gandolfo, promoviendo una poesía “coloquial, antipoética, narrativa e irónica”, fue el tema del segundo dossier. En del tercer número: Ezra Pound.
Freidemberg marca dos momentos “en los que empieza a notarse, aunque no de manera férrea, cierta orientación”. Una nota (“El neobarroco en la Argentina”, de marzo del 87), en la que Helder “se atrevía a cuestionar al neobarroco, y un duro comentario de Fondebrider contra Perlongher”. Helder escribía: “Todavía nos preocupa imaginar una poesía sin heroísmos del lenguaje, pero arriesgada en su tarea de lograr algún tipo de belleza mediante la precisión, lo breve –o bien lo necesariamente extenso, la fácil o difícil claridad, rasgos que de manera explícita o implícita censura el neobarroco”.
En el número 15, de 1990, Aulicino reseña Hule , de Perlongher. “Para quien lo considere desde el punto de vista de la busca del sentido, carece por completo de valor”, escribe. Un año después, volverá sobre el tema en: “Lo que ocurre ‘de veras’”, respuesta a una contra-reseña de Américo Cristófaro, publicada en Babel. Vinculando al neobarroco con la cátedra, Aulicino dirá que “el neobarroso es casi exclusivamente una forma de construir poder”.
La línea estética que fue dibujando el Diario... fue calificada, peyorativamente, de “coloquialista”. Desde adentro empieza a ser definida como “objetivista”. En el dossier dedicado a Joaquín Giannuzzi, Martín Prieto construirá una genealogía de este objetivismo, que hará pasar por Darío Cantón, incluirá a Alberto Girri y alcanzará su mejor expresión en Quince poemas (1988), escrito por Rafael Bielsa y Helder.
Para definir al objetivismo, en una entrevista de Osvaldo Aguirre (1964) para Punto de Vista (2003), Helder recurre a un artículo del poeta Eduardo D’Anna sobre la Nueva Poesía de Rosario. D’Anna apunta cinco características: ironía y distanciamiento, en oposición a la efusión poética; predominio del tono narrativo o argumental sobre el lírico; inclinación por lo antipoético en los temas y los referentes; lenguaje definitivamente coloquial; y predominio de los datos objetivos sobre los subjetivos.
En cualquier caso, si el objetivismo fue una estética dominante, no parece haber sido hegemónica ni haberse ido construyendo sino a través de intervenciones puntuales. La investigadora Ana Porrúa dice que “el Diario... no funcionó nunca como la revista de un grupo de poetas con una identidad única. El gesto fue siempre más amplio y si bien supuso el armado de un linaje propio (Raúl González Tuñón, Giannuzzi, César Fernández Moreno, e incluso Girri) éste no funcionó monolíticamente”. Y agrega: “El Diario... abrió zonas de la poesía argentina de una manera novedosa: relee a Lugones reseñando sus libros en relación con la literatura posterior. Los ‘60 nunca aparecen como tales en las lecturas, sino a partir de ciertos autores. Juana Bignozzi, Leónidas Lamborghini, Fernández Moreno y Giannuzzi. Pero no Gelman.” La poesía escrita por mujeres, dice Mirta Rosenberg, era imposible ignorarla. “Por insistencia de Diana Bellessi y mía, siempre se trataba de incluir mujeres en la sección de poesía argentina, un pedido que en general era atendido. En mi caso, procuré incorporar mujeres poetas en el sector de traducción.” El carácter formativo, vinculado a una difusión amplia de la poesía contemporánea, fue otro de sus rasgos sobresalientes. Dice Washington Cucurto: “Tuvo una importancia decisiva en mi formación como lector y como escritor. Creo que no hubiese escrito nada sin la inspiración hacia la lectura que me generó el Diario. Allí conocí a autores fundamentales como Antonio Cisneros, Gonzalo Millán, Bellessi, Perlongher, José Luis Cuevas. Los dossiers sobre la poesía de Perú o Brasil son motivo de relectura hasta el día de hoy. Ni qué decir de lo que escribían los de mi generación. Ahí leí por primera vez a Sergio Raimondi, Fabián Casas, Daniel Durand, y a ¡Rodolfo Edwards!, un prócer”.
Otra de las grandes apuestas del Diario... fue la difusión de la poesía joven. En la entrevista con Aguirre, Helder resalta que “en el mismo plano ideológico (que la revisión de la historia de la poesía argentina), el Diario... cumplió con la tarea de proyección que se impuso, promoviendo una nueva camada de poetas”.
La aparición de la revista 18 whiskies, de la editorial bahiense Vox, el auge del taller que coordinaban Arturo Carrera y Helder, son señales de un momento de “confluencia” de generaciones, a la cual el Diario… sirvió de difusión. Había una coincidencia objetiva de preferencias. “Pero así como el Diario… no nació como un órgano consolidado, tampoco fue un órgano de lo que luego se llamaría poesía de los 90”, dice Samoilovich. En la renovación generacional, la crítica ha diferenciado dos grupos. El primero, ligado a la revista 18 Whiskies, está integrado por José Villa, Durand, Casas, Laura Wittner, Eduardo Ainbinder, Edwards, Juan Desiderio y Rojo. El siguiente, marcado por la impronta objetivista, lo integrarían Alejandro Rubio, Martín Gambarotta, Selva Dipasquale, Fernando Molle, Walter Cassara, Verónica Viola Fisher.
La novedad que representaba los poetas jóvenes tuvo su momento de legitimación en los concursos hispanoamericanos que la revista organizó en 1994, 1996 y 2000. El Diario... había alcanzado un estado de madurez financiero, recuerda Samoilovich, y hacer un concurso parecía una forma de consolidar su repercusión, sin embarcarse en proyectos editoriales costosos. Gambarotta ganó el primero, Cucurto y Santiago Llach, en forma compartida, el segundo, y el chileno Germán Carrasco el último. Es el momento en que Helder y Prieto arriesgan la existencia de una “Poesía de los 90”, que tendía a identificarse, en grandes líneas, con las propuestas del “objetivismo”. Subraya Freidemberg que, simultáneamente, comenzó a haber un mayor reconocimiento del neobarroco, considerándolo parte de las raíces del “noventismo”.
La crisis económica provocó un sacudón económico en la revista. Si en los 90 Aulicino y Fondebrider habían dejado el Diario..., en 2001 se retira Prieto, y en 2002 se va Helder. En 2003 se inicia una etapa de transición y en 2006 se incorporan Matías Serra Bradford, Edgardo Dobry y Osvaldo Aguirre. El Diario... se estabiliza en dos números anuales; se mantiene la estructura de secciones y la traducción tiene mayor importancia. “El Diario... tuvo una intervención muy activa en la escena poética de los 90, y creo que la sigue teniendo, aunque de otra forma: no sólo cambió el Diario..., sino también la escena poética”, dice Aguirre.
La larga supervivencia de la revista parece demostrar lo acertado de la decisión original: no hacer del Diario... el órgano de un grupo, sino una publicación periodística. Porque cuando su dinámica más grupal se ha diluido, los que quedaron sosteniendo el Diario..., son los lectores que tienen un vínculo más relajado con la poesía, tal vez porque no se juegan espacios de poder ahí adentro. O, lo que es lo mismo: aquellos a quienes el Diario de poesía pretendía llegar en sus principios.
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