Participó como mando militar en la toma de Palencia, Santander y Cataluña. No está mal para un adolescente que se marchó a la guerra por seguir a sus amigos. Gárate Córdoba, hoy coronel retirado de 92 años, fue uno de los militares del bando franquista que contribuyó a su victoria en el norte de España. Tenía 17 años cuando se produjo el levantamiento y recuerda a la perfección los días previos y el júbilo con que lo acogió Burgos, su ciudad. «Vivíamos en permanente tensión. Había muchas manifestaciones socialistas y pensaba que si ocurría algo, mi casa iba a ser objetivo directo de sus iras porque vivían arzobispos».
La sublevación vino del bando contrario. Del suyo y el de su familia, «muy religiosos y de derechas», dice. «El día antes del Golpe, empezamos a ver mucho movimiento de militares que se iban a confesar. Estaba a punto de pasar algo». Esa misma madrugada Burgos se sumó a la rebelión. «Eran las dos de la mañana cuando escuché los toques de corneta. El ambiente era festivo, con soldados y voluntarios subiendo a los camiones para salir hacia Aranda de Duero, donde se formó el frente. Incluso se abrieron las puertas de la catedral para cantar una salve por el Movimiento».
Gárate Córdoba era entonces un chaval que había terminado bachiller y militaba en las juventudes albiñanistas —movimiento fundado por el doctor Albiñana que propugnaba el nacionalismo español—. «La verdad es que no comulgaba mucho con sus ideas, pero quería estar con mis amigos», confiesa. Y así, por un nuevo gesto de camaradería, decidió unirse al golpe. «En Burgos había fusiles para todos, así que, cuando nos presentamos voluntarios, nos dieron un arma y una manta y nos quedamos esperando para el frente». Pero en lugar de eso, les trasladaron a un campo de artillería para sustituir a los obreros que manejaban la munición hasta ese momento. «Debieron de pensar que como eran obreros, no eran de fiar. Podían sumarse al bando enemigo».
«Allí hacíamos vida de campaña, lo pasábamos bien y aprendíamos, pero éramos jóvenes y necesitábamos acción», cuenta. Así que un día, ante los rumores de que se iba a tomar Madrid, sus amigos decidieron que querían estar en la batalla. A Gárate le cogió desprevenido. «Venga, coge el fusil y la manta, que nos vamos», le dijeron. Y allá fue, sin pensarlo demasiado, en un tren que debía dejarle en el frente de Leganés y al que fue a despedirle su familia, desolada. Era noviembre de 1936. «Anochecía y el tren me pareció una cárcel. Yo nunca había salido de Burgos y tenía miedo a lo desconocido. No sabía a dónde iba ni qué era eso de la guerra. Nadie me había enseñado a luchar, sólo a desfilar, disparar y poco más...». Así, ahogado en dudas, llegó al cuartel de Ingenieros de Leganés y se dio de bruces con la realidad bélica: camiones cargados de muertos y heridos salieron a recibirles. En pleno 'shock', un legionario les contó que estaban luchando en Puerta de Toledo, pero aquello no iba bien. Así no tomararían Madrid.
Gárate Córdoba siguió la batalla del Jarama desde segunda línea del frente. «Fue terrible: los bombardeos, el campo lleno de metralla, hombres amputados... Ahí empezamos a darnos cuenta de que la guerra iba a ser larga. Algunos de mi grupo decían que luchaban para vengar al doctor Albiñana —había sido fusilado por los republicanos en la cárcel Modelo—, pero yo sólo estaba allí por mis amigos. ¿Con quién puedes ir mejor a la guerra que con ellos?». Esa batalla supuso el inicio de su carrera militar, que terminó convirtiéndole en coronel. «Nos dijeron que si queríamos seguir, los voluntarios debíamos someternos al régimen militar y si no, abandonar en ese momento». Él optó por quedarse y solicitó un curso de alférez en Burgos.
Se encontró una ciudad muy distinta de la que había dejado. «Estaba llena de madrileños, catalanes, alemanes... Gente de todo tipo mezclada. En la casa de enfrente de la mía vivían Manuel Machado, un torero, un picador... Burgos era una ciudad del alzamiento, prácticamente todos eran del bando nacional, y el que no, lo disimulaba. Incluso los de izquierdas se hacían de Falange para protegerse: sólo tenías que presentarte en un cuartel y ya te daban un fusil y la camisa azul». Gárate reconoce que la vida no era fácil para los republicanos: «A muchos exaltados los buscaban para fusilarlos, pero se hizo lo posible por controlar a las milicias de Falange».
Recién licenciado, le destinaron a Palencia para sustituir a una unidad de Falange que había tenido muchas bajas. «Por las bajas de la guerra, yo, que era un alférez primerizo y no tenía ni puñetera idea, me encontré tomando el mando de la compañía y haciendo el trabajo de un capitán». Después de Palencia vino Santander, y se acababa de incorporar a la Quinta de Navarra para avanzar hacia Asturias —era septiembre del 37— cuando le hirieron en el vientre. «Menos mal que no había comido. Nunca lo hacíamos cuando íbamos a tomar algún objetivo porque si te hieren con el vientre lleno y te tienen que operar, puede ser fatal». Secretos de guerra.
Al salir del hospital, Gárate Córdoba fue a Cataluña, en cuya toma también participó. Estando allí le llegó la noticia del fin de la guerra. «Un coche del Estado Mayor fue de batallón en batallón anunciándolo: '¡Ha terminado la guerra, ha terminado la guerra!'». Gárate empezó así su nueva etapa como militar en paz. «Los mayores se fueron licenciando y yo me marché a una academia de transformación de oficiales en Guadalajara para seguir mi carrera». ¿Y cómo vivió la posguerra? «Viví siempre en zonas de derechas, me fui a Castellón, tuve nueve hijos y no percibí la represión, aunque la había. Por ejemplo, en Burgos estaba la cárcel donde había gente con una vida política que resolver...». Él mismo tuvo un tío al que metieron en un campo de concentración por rojo y condenaron a muerte, aunque su familia consiguió sacarle. ¿Mereció la pena tanta penuria? «El alzamiento debía durar del 18 al 25 julio. Así sí habría merecido la pena, pero se fue alargando y parecía que no iba a terminar nunca... Pero sí, claro, mereció la pena».
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