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Una sobredosis mató al hijo de la poeta Mary Jo Bang (Missouri, EEUU, 1946) un día de junio de 2004. Él tenía 37 años. Las primeras horas tras su muerte fueron un absoluto caos. Bang tuvo que acudir a la comisaría, certificar el fallecimiento y esperar a la autopsia. Un golpe difícil de asimilar. Mientras esperaba los trámites del deceso, comenzó a escribir para distraerse de su estado de dolor y confusión.
Una sobredosis mató al hijo de la poeta Mary Jo Bang (Missouri, EEUU, 1946) un día de junio de 2004. Él tenía 37 años. Las primeras horas tras su muerte fueron un absoluto caos. Bang tuvo que acudir a la comisaría, certificar el fallecimiento y esperar a la autopsia. Un golpe difícil de asimilar. Mientras esperaba los trámites del deceso, comenzó a escribir para distraerse de su estado de dolor y confusión.
Poco a poco, aquellos apuntes se transformaron en poemas, que un año después cobraron forma de libro: Elegía. Un grito de dolor que deslumbró a la crítica (Premio Nacional del Círculo de Críticos de EEUU) y que hace unos meses apareció por primera vez en español (Bartleby Editores).
"Escribí los poemas porque necesitaba hablar y esa era la única forma"
Mary Jo Bang, poeta amante de Walt Whitman, Emily Dickinson y Shakespeare, es una mujer menuda, de aspecto frágil y dulce, y con unos ojos enormes que demuestran la curiosidad con la que ataca cada uno de sus poemarios, bastante reconocidos en EEUU, a pesar de que hasta ahora no hayan sido traducidos al español.
En el restaurante madrileño en el que se celebra este encuentro, relata aquella noche infausta con una voz grave, aunque con leves requiebros. "Aquellas primeras notas surgieron porque necesitaba hablar y esa era la única forma que tenía en esos momentos", sostiene. Confiesa que tuvo ciertos reparos, ya que ella nunca quiso ser una poeta sentimental: "Rompía con mis propias reglas, pero me dije que no tenía nada que perder".
No obstante, para no sentir la punzada del dolor, Bang decidió introducir dos personajes en los poemas: ella y él. "Ella soy yo, pero tampoco soy yo. Creé un personaje que habla de esos sentimientos mientras yo permanezco tras la cámara", explica.
"La aflicción no me impulsa a escribir; no creo en el arte como terapia"
La caja de cenizas
Pero el dolor está ahí, en cada verso. Y a medida que transcurren los poemas, cobra mayor nitidez. Como esa imagen que describe a su hijo como una "caja de cenizas". "Me gusta la idea de caja. Podía haber puesto las cenizas en una urna bonita, pero lo cierto es que, cuando queman a alguien, lo que te dan es una caja", señala sin autocompasión.
En el poemario hay una opresiva sensación de que la muerte podía haberse evitado. "La culpabilidad es inevitable. Lo que no creo es que escribiendo estos poemas haya podido sacar de mí esa sensación", admite.
Como tampoco cree en el desconsuelo como motor para la creatividad. "La aflicción no me impulsa a escribir. De hecho, en un estado de gran dolor, no puedo trabajar. Tampoco creo en el arte como terapia. Sin embargo, me sentía muy, muy, muy triste. Y esta era la única forma en la que podía poner en palabras cómo me sentía", confiesa.
La escritura de Elegía no significó un gran cambio en su persona. "Quizá me he vuelto más sombría", concede. Sin embargo, tras este libro, se puso a trabajar en otro poemario (The Bride of E) en el que juega con la cultura popular, y en una traducción del Infierno, de Dante, en la que trata de actualizar al poeta con canciones de los Rolling Stones. A pesar del dolor, su curiosidad creativa no acabó mutilada.
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