Poeta Julio Medina Gimenes

Poeta Julio Medina Gimenes
s no es para quedarnos en casa que hacemos una casa no es para quedarnos en el amor que amamos y no morimos para morir tenemos sed y paciencias de animal.Juan Gelman

lunes, 18 de abril de 2011

IDEAS- Escritores en el banquillo En “La responsabilidad del escritor”, novedad En Francia, la socióloga Gisele Sapiro analiza la creencia sobre el poder de la literatura y los juicios a la ficción.

Revista Ñ


La frontera de la libertad literaria ha generado siempre tensiones con el poder. Bajo una novela o un poema fluye, a veces, una fuerza tumultuosa de pasiones políticas, ideológicas y sociales. Muchas terminan en un tribunal. Basta enumerar algunos de los procesos judiciales más destacados de la historia literaria como cuando, en 1857, Flaubert y Baudelaire fueron acusados de “ultraje a la moral pública y las buenas maneras” por la publicación de Madame Bovary y Las flores del mal , respectivamente, o el proceso en Inglaterra a Oscar Wilde por “indecencia”, que buscó entremezclar la moral de la obra y la moral del autor o el célebre Yo acuso de Zola, que en 1898 hizo tambalear el aparato judicial y político de la Tercera República con el caso Dreyfus. Ninguna literatura como la francesa para graficar las polémicas que nos atraviesan hasta hoy: ¿El escritor está por encima de la exigencia moral? ¿O hay una unidad indisociable entre el hombre y el artista? Estos cuestionamientos han perdurado, con diversa magnitud, a través de los siglos.
La socióloga francesa Gisèle Sapiro reflexiona sobre el poder de la palabra escrita, en su nuevo libro La responsabilidad del escritor (Seuil, 750 páginas). En París, donde vive, responde a Ñ sobre los múltiples sucesos  que  fueron moldeando el complejo entramado existente entre literatura, derecho y ética.
¿Por qué decidió abordar el campo literario desde el punto de vista de la responsabilidad ?
Esta investigación nació de mi libro anterior, La guerra de los escritores, 1940-1953 que se refería al problema de la autonomía literaria en una situación de gran tensión política, bajo la ocupación extranjera y en presencia de un régimen autoritario y represivo. La literatura se volvió un desafío para todas las fuerzas políticas presentes. Los partisanos del régimen de Vichy y de la Colaboración acusaron a los escritores más reconocidos de la preguerra, como André Gide, de ser responsables de la derrota militar de Francia, debido a su subjetividad, a su pesimismo, a su egoísmo. En primer lugar, estos escritores se defendieron diciendo que la literatura no tiene efectos sociales, que ella sólo refleja la realidad. Estamos aquí en el centro  del debate que yo abordo en este nuevo libro: hay una creencia en el poder de la literatura. ¿De dónde viene esta creencia ? ¿Qué es lo que la fundamenta ? ¿Cuáles son las concepciones de la relación entre literatura y el mundo social? Esta creencia incluye también los procesos judiciales entablados a los hombres de letras colaboracionistas realizados al momento de la Liberación: algunos han sido condenados a muerte y ejecutados por sus escritos. Se trataba de sus escritos periodísticos o panfletarios, y no de literatura, pero aquellos procesos son también testimonio de la fuerza del presunto poder simbólico del escritor.
De su libro se deduce que represión y compromiso son dos caras de un mismo acontecimiento. ¿La práctica judicial y la historia literaria son indisociables?
No iría tan lejos en la afirmación, pero efectivamente parto de la idea de Michel Foucault según la cual la responsabilidad penal ha sido constitutiva de la función de autor. Incluso antes de que los escritores reivindicaran el discurso como un bien, como algo de su propiedad, éste fue un acto pasible de pena. Sugiero que los escritores han cedido esta responsabilidad para volverla contra el Estado. Contra la censura y la represión, han desarrollado una ética profesional diferente de la responsabilidad penal, al reclamar para sí valores propiamente intelectuales, que han universalizado, como la verdad y la belleza. La transgresión es el origen de la modernidad estética. Baudelaire y Flaubert se negaron a subordinar el arte a la moral pública, y es por esa razón que fueron juzgados. Paralelamente, de Voltaire a Zola, la confrontación con la justicia es fundadora del compromiso del escritor como intelectual que defiende una causa universal.
¿Podría explicar la distincion entre responsabilidad subjetiva y objetiva en literatura ?
La censura plantea la cuestión de saber quién es el responsable ante la ley. La ley penal es un acuerdo entre dos tipos de responsabilidad: objetiva y subjetiva. No se penaliza un pensamiento culpable, sino que éste debe materializarse en un acto, pero a su vez es necesario que este acto haya sido cometido con la intención de perjudicar. Esta es la razón por la cual, para la ley francesa, el primer responsable es aquel que publica el texto. De hecho, desde el siglo XIX, el responsable es el editor. Según la ley, el escritor sería sólo su cómplice. Pero la realidad indica que es el escritor quien es siempre más severamente castigado: lo que quiere decir que, en la práctica, se da más importancia a la intención, a la responsabilidad subjetiva.
A comienzos del siglo XIX se intentó imponer una ética del escritor, independiente de la religión. ¿En qué consistió este propósito?
La creencia religiosa formaba parte de los temas ausentes del debate público. Los filósofos del siglo XVIII habían transgredido esta prohibición al desarrollar particularmente las doctrinas materialistas. La legislación sobre la libertad de prensa adoptada en 1819, bajo el régimen de la monarquía parlamentaria de la Restauración, reconocía la libertad de opinión religiosa y de  discusión filosófica, pero a su vez condenaba el materialismo al proteger el principio de la “inmortalidad del alma”. Los escritores liberales de aquella época –en el sentido que se le daba entonces a la palabra liberal:  defensor de las libertades– no eran necesariamente agnósticos, pero luchaban  por el derecho a criticar las instituciones, incluida la Iglesia . Ese derecho era para ellos un deber de escritor: sentían que tenían como misión esclarecer a la sociedad, tarea necesaria en un régimen parlamentario.
Bajo el Segundo Imperio, la Justicia persiguió a Baudelaire y Flaubert acusándolos de publicar obras inmorales. Usted remarca en su libro que el juicio por “Madame Bovary” fue un proceso sobre la interpretación de la obra. ¿Comenzó entonces el debate sobre el fondo y la forma de una obra?  
Se encuentran  debates sobre la interpretación y la forma de una obra literaria cuando comienzan  los primeros procesos acaecidos durante la Restauración monarquíca, como por ejemplo aquel del poeta Pierre-Jean de Beranger, quien terminará en prisión por sus críticas al gobierno. Pero entonces se debatía sobre todo acerca de los procesos utilizados por los escritores para evitar la censura. En este caso, es el mísmisimo proyecto literario lo que se pone en cuestión, ya que la ambigüedad es inherente a Madame Bovary .
El tema del adulterio era muy común en la literatura de aquella época, porque la familia era, junto con la propiedad, uno de los pilares de la moral burguesa. Lo que el fiscal reprocha a Flaubert es el hecho de no emitir un juicio de valor sobre Emma Bovary: que ella muera al final no es suficiente, porque se trata de una muerte voluntaria. En la literatura clásica, incluso en Balzac, el narrador intervenía, emitía su opinión, su valorización moral. Flaubert disocia al narrador del autor y le asigna un punto de vista distanciado, impersonal. Digamos que el fiscal le imputa a Flaubert los pensamientos de Emma Bovary, porque no comprende el discurso indirecto libre que impone esta nueva técnica literaria creada por Flaubert. También le recrimina su realismo y la “tonalidad impúdica” de la obra. Desde ese punto de vista, podemos decir que el proceso a Flaubert ha sido un proceso sobre el estilo narrativo.
Emile Zola reivindica para el escritor una función de experto capaz de analizar la sociedad. Según sus escritos,  esa demanda sería  el comienzo de su compromiso politico ¿Por qué?
Zola trató de promover la figura del escritor experimentador e intentó hacer del escritor un experto en cuestiones morales. Pero fracasó, como lo prueban los procesos naturalistas por ofensa a las costumbres. ¿Por qué fracasó? En parte, porque contrariamente a los especialistas reconocidos entonces como expertos –médicos, criminólogos– el escritor no adopta un discurso técnico, él habla la lengua del medio que describe. De golpe, se encuentra contaminado por  sus propias creaciones. Yo sostengo como hipótesis que es este fracaso el que lo conduce a comprometerse con el caso Dreyfus, a favor de un capitán del ejército acusado de entregar documentos secretos a los alemanes y condenado a prisión perpetua y en defensa de la verdad jurídica, a la que los antidreyfusianos oponen el interés nacional, el prestigio del ejército. El uso del sustantivo “intelectuales” proviene de esta época; en un principio era peyorativo, se utilizaba para estigmatizar la movilización colectiva en favor del capitán Dreyfus, que reunía a  escritores, universitarios, abogados. De hecho, todo el mundillo intelectual de la época se encotraba  dividido: entre los escritores, de un lado se hallaban los miembros de la Academia Francesa, mayoritariamente antidreyfusianos, y del otro los simbolistas que en su gran mayoría estaban a favor del capitán Dreyfus. Es la profesionalización de la política y la exclusión de los intelectuales del juego político lo que condujo al compromiso político de esta época.
En 1945 se lleva adelante en Francia el juicio al escritor colaboracionista Robert Brasillach, luego ejecutado. Son numerosos los intelectuales, adversarios políticos de Brasillach, que firman una petición solicitando la gracia para el condenado. Sartre y Beauvoir se niegan. ¿Por qué?
La teoría sartreana de la literatura comprometida responde directamente al debate originado por el proceso a Brasillach, ejecutado a principios de 1945. De un lado se encuentran aquellos que consideran que los escritores son chivos expiatorios, que la responsabilidad primera incumbe a aquellos que han cometido los actos –la Colaboración económica o militar– y no a aquellos que han formulado sus ideas. Del otro, están aquellos que defienden la responsabilidad superior del escritor. Sartre se encuentra en este último grupo. Para él la escritura es un acto que compromete, que crea una responsabilidad ilimitada. Beauvoir escribió en La fuerza de las cosas que “hay palabras tan asesinas como una cámara de gas”. Por otra parte, es en tanto que actos –actos de propaganda en favor del enemigo– que los escritos de los intelectuales colaboracionistas fueron juzgados por los tribunales. Este debate opone la antigua camada de escritores a la nueva generación. Albert Camus es el único de su generación que firmó la petición en favor de Brasillach, después de haber exigido una importante depuración del texto. La firmó luego de haber dudado durante toda la noche, porque él estaba en contra de la pena de muerte. Podemos decir que los escritores han sido chivos expiatorios en la medida en que han sido los primeros y los más severamente juzgados. Sus expedientes eran fácilmente constituidos, los escritos eran las piezas de acusación, y su notoriedad, sobre todo la de Brasillach, impregnaba a este proceso de un carácter ejemplificador.
En las antípodas de la concepción sartreana  se encuentran los partisanos del “arte por el arte”  que rechazan el juzgamiento moral de una obra. ¿Cuál fue su importancia ?
La tradición del arte por el arte, que va de Théophile Gautier a Robbe-Grillet pasando por Flaubert, Baudelaire y Wilde, disocia lo bello de lo útil. Es, ante todo, una ética del esteta: lo bello es moral en sí mismo. Y si bien hoy en día nos parece una postura inofensiva, en la época de Flaubert esta concepción era subversiva, ya que la estética clásica no disociaba lo bello y lo verdadero del bien.
 ¿La crítica moral ha desaparecido de la crítica literaria?
La crítica literaria del siglo XIX era sumamente moralizante. Servía, con frecuencia, como un apoyo a los poderes públicos para emprender una persecución contra los escritores. Hubo también una crítica fuertemente ideológica, tanto de extrema derecha (alrededor de Charles Maurras y la Acción Francesa) como de extrema izquierda (la crítica en la prensa comunista). Pero después de la Segunda Guerra Mundial, antes de la afirmación de la autonomía artística y literaria, la crítica evitó ubicarse en el terreno de la moral, aunque hay actualmente casos donde vemos resurgir un juicio moral cuando se trata, por ejemplo, de antisemitismo o de racismo.
Acaba de suceder en la Argentina un hecho relacionado con el “juzgamiento moral”. El director de la Biblioteca Nacional escribió una carta a los organizadores de la Feria del libro de Buenos Aires, sugiriendo que Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010, no inaugurara la feria por sus ideas políticas. La presidenta Cristina Kirchner pidió luego al funcionario que no interviniera. ¿Qué le sugiere este hecho?
Las invitaciones a ferias del libro tanto como las celebraciones son, con frecuencia, la ocasión del surgimiento de polémicas donde se entremezclan argumentos políticos y rivalidades literarias entre escritores pertenecientes a diferentes campos políticos o comunidades nacionales, étnicas, religiosas. Un escritor que manifiesta su posición política públicamente se expone siempre al riesgo de ser percibido, ante todo, bajo ese prisma; es inevitable. Pero la presidenta Cristina Kirchner, al menos en ese caso, al no oponerse a que Vargas Llosa inaugure la Feria del Libro, demostró que reconoce la autonomía de la literatura.
En marzo de 2005 el riquísimo banquero francés Edouard Stern fue encontrado muerto en su departamento suizo, con su cuerpo revestido de una combinación de látex. Su amante reconoció haberlo matado durante un rito sadomasoquista. El escritor Régis Jauffret, quien cubrió el caso para una revista, luego publicó “Sévère”, una ficción basada en este hecho policial. Por otra parte, Christine Angot hizo de la ex mujer de su actual pareja el personaje principal de su novela “Les petits”. Ambos escritores han sido llevados a los tribunales por “ofensa a la vida privada”. ¿Cuál es su opinión?
Yo distinguiría, porque en el caso de Sevère , no se puede invocar el derecho de una persona a la protección de su vida privada, en la medida en que se trata de un hecho público: el asesinato de un hombre de negocios cometido por su amante, que obtuvo mucha repercusión en la prensa. Los escritores se han servido siempre de hechos policiales que han nutrido toda la literatura. El caso Angot es diferente: se refiere a una cuestión ética que ha sido extensamente abordada por la prensa. En todo caso, yo no me quiero constituir en fiscal de un escritor.
¿Proteger la libertad de expresión es suficiente o necesitamos de una nueva categoría jurídica?
Existe hoy una reivindicación a favor de la creación de una nueva categoría jurídica, propuesta que lleva adelante el Observatorio por la libertad de creación de la Liga de los derechos humanos. Es verdad que la ficción puede provocar problemas específicos. Pienso, por ejemplo, en el proceso por difamación que llevó adelante Jean-Marie Le Pen (líder de la extrema derecha francesa) contra Mathieu Lindon por su novela Le Procès de Jean-Marie Le Pen , debido a que uno de sus personajes acusa a Le Pen de ser el responsable de un asesinato cometido por un militante de su partido, el Front National, por razones que se infieren racistas. Le Pen ganó el proceso en la Corte Europea, pero, cosa rara, cuatro jueces fijaron una opinión reservada sobre el juzgamiento, al considerar que no se había tenido suficientemente en cuenta el hecho de que se trataba de una ficción.

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