«Me aterran los discursos. Eso de que todo el mundo me mire... Ya me pasó cuando ingresé en la Real Academia Española \[en la que ocupa el sillón K\], aunque después me dijeron que me quedó muy bien», recuerda Ana María Matute (Barcelona, 1925) mientras esconde el rostro entre sus manos. Se refiere al discurso que leerá el próximo 27 de abril cuando reciba, en Alcalá de Henares y de manos del Rey Don Juan Carlos, el premio Cervantes, el más importante de las letras españolas, que recae por tercera vez en una mujer. Sorprende escuchar esta afirmación de una autora tan longeva y fecunda que ha ganado casi todos los premios —Nadal, Nacional de Literatura, de la Crítica, Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, de las Letras...—. A sus 85 años, Matute sigue participando en charlas, conferencias y clases. «Por supuesto que continúo», afirma con vehemencia, mientras degusta a sorbitos un café «especial». Su aparente fragilidad —vive atada a una silla de ruedas— esconde a una mujer fuerte, de conversación directa y humor ágil, a la que le tocó vivir los difíciles tiempos de la posguerra, que formaron su carácter y su escritura.
En una de esas charlas \[organizada dentro del Festival Ellas Crean\], Matute abordó el papel de las mujeres en los cuentos. En ellos, las mujeres siempre han sido retratadas «como muy listas, muy listas..., que engañan al marido y ponen muchas trampas; o muy tontas, muy tontas...», afirma, mientras recuerda sus primeras lecturas infantiles. «Los cuentos de Andersen. Gracias a ellos entré en la literatura», asegura. Del cuento ha dicho que es como la poesía de la prosa. «Es el máximo a través del mínimo. Escribir un cuento es muy difícil porque debe tener toda la intensidad de una novela, pero dicho en muchas menos palabras...».
Con un niño pequeño a su cargo, aquellas pequeñas historias, que la pusieron en el camino de los grandes relatos, la ayudaron también a sobrellevar la economía de posguerra. «Yo ya escribía novelas pero estaba pasando un mal momento. Mi marido, el primero \[o “el malo”, como le llama\], no daba golpe, y por entonces la “Revista Estilo” me encargó un cuento semanal, algo que me vino estupendamente». Haciendo memoria de aquellos tiempos, la escritora se lamenta del escaso papel de la mujer en nuestra literatura. «Las escritoras españolas eran muy pocas y estaban marginadas, más que en otros países, como Francia, donde han tenido más posibilidades».
«Mi vida es mía»
La autora de libros como «Los hijos muertos», «Los soldados lloran de noche» y «Olvidado rey Gudú» mira con cierta envidia los avances de la mujer hoy. «Ojalá me hubiera tocado vivir esta época. Aunque tampoco me puedo quejar. Fui tozuda. Mi madre ya me lo decía...» Y se adentra por los laberintos de la memoria familiar. «Cuando era pequeña me llevaba muy mal con ella —confiesa—, pero con los años mejoró la relación porque empecé a entenderla. Cuando me casé —ese infausto día, bromea refiriéndose a su primer matrimonio—, ella me trajo una caja de zapatos con los cuentos que yo había escrito cuando era niña. Nunca pensé que podía suceder. Esos cuentos son los que ahora se han publicado...». Aquello supuso la reconciliación.
Matute recuerda a su madre como una persona severa, con una educación muy estricta. «Era una mujer castellana, con un carácter muy diferente al de mi padre, catalán y mediterráneo, que hubiera podido ser amigo de Ulises, mientras que mi madre lo sería de El Cid», se ríe.
La literatura llegó a su vida a una edad muy temprana: «antes de cumplir los cinco años ya sabía leer». Esa imaginación alimentada por mil historias tuvo que crear las suyas propias. Gracias a la labor de rescate y conservación realizada por su madre se han podido recuperar esos escritos, realizados entre los 5 y los 12 años y recopilados en un volumen publicado recientemente. La primera novela llegaría a los diecisiete años, «Pequeño teatro». Un debut del que no se siente especialmente orgullosa, «pero como fue premio Planeta, todo el mundo lo menciona. Ni mucho menos es mi mejor novela. Eso es cosa de los editores», argumenta.
El encuentro con Neruda
Con una vida larga e intensa, son muchas las personas que han dejado huella en su memoria. Con intención de compilar esos recuerdos, hay quien la ha tentado para que escriba su autobiografía, algo a lo que se niega rotundamente: «Mi vida es mía».
De ellos rescata uno muy especial: su encuentro con Pablo Neruda. «Lo vi en la Plaza de la Ascensión, en el Kremlin. Me confesó que me imaginaba mucho más mayor, y me dio un abrazo. Recuerdo que mi marido, el “bueno” (se refiere al segundo), me dijo: “Ahora no te querrás duchar”». El autor chileno siempre le causó una gran fascinación, «aunque no pensaba como él en muchas cosas», matiza. Otro de sus héroes literarios fue Faulkner, «al que no pude conocer»; y, remotándonos en el tiempo, cita a Emily Brontë. «Ella fue quien me abrió los ojos. Me di cuenta que se podía escribir de todas las maneras... Y me arranqué con “Los Abel”. Si no hubiera leído “Cumbres borrascosas” no habría realizado ese libro. Me dio alas para escribir de una familia desgarrada». Menciona también su «obsesión» por la Biblia: «Uno de los mejores textos que se han escrito, y que en realidad es un libro maravilloso de aventuras. En él hay muchísimos temas y personajes...»
Escuchar el ruido del papel
Lectora voraz, Ana María Matute se ha sumado ahora al ejército de seguidores de la novela negra. Entre sus favoritos, Camilleri, Donna León, Mankell, Connolly... «Tengo una amiga que me va pasando los libros», declara con mirada traviesa como si estuviera ocultando un crimen. Pero también sigue comprando libros, hasta el punto de tener que alquilar «un despachito cerca de casa para poder guardar todos, los de mi hijo y los míos». El ahorro de espacio es el único aspecto que la escritora encuentra de positivo en el libro electrónico, un artefacto del que afirma sorprendentemente no haber visto «ninguno». «En principio no me gusta la idea, porque me encanta pasar las páginas y escuchar el ruido que hace el papel...».
Matute vive en Barcelona rodeada de montones de libros porque también se resiste a jubilarlos. «A veces lo hago, pero me cuesta mucho desprenderme de ellos, sobre todo de las primeras ediciones, como la que se publicó en España de “Cumbres borrascosas”. Ése no lo doy por nada del mundo, aunque esté como yo, que se cae de viejo», bromea. Tampoco le gusta prestarlos. «Soy una racana en eso (se ríe). Cuando lo he hecho, no me los han devuelto», se justifica.
Cerca del umbral de su novena década, la escritora sigue imaginando historias que vertir al papel, aunque reconoce sus «límites». Y es que no hay cosa que más deteste que los «escritores bocazas». ¿Cómo eran los autores de antes en comparación con los de ahora?, le preguntamos. «Estaban más unidos. En parte, para enfrentarse a un enemigo común: la censura. Hoy pueden escribir de lo que quieran, pero no sé si lo valoran. Antes eramos amigos, ahora se ponen la zancadilla los unos a los otros». ¿Y el mundo editorial? «Actualmente prima el márketing. Antes el editor amaba más la literatura y a veces no le importaba perder económicamente para ganar en prestigio. Pero yo no me quejo —ataja—, mis editores siempre me han tratado bien, y mi agente, Carmen Balcells, es maravillosa».
Un premio merecido
Matute ya no le presta atención a los cuentos, un género que da por cerrado, aunque tal vez no estaría mal que escribiera uno para recibir el Cervantes y que éste, con los tiempos que corren, tuviera un final feliz. «Seguro que sería menos aburrido, porque casi nadie escucha los discursos..., pero no colaría», se ríe. La literatura sigue bullendo en su cabeza. Ahí tiene ya su próxima novela, «pero no la puedo sacar hasta que no termine el discurso», se lamenta. «Tengo varias ideas, aunque algunas las voy desechando». Insistimos para que nos cuente alguna. «No, no... Eso trae muy mala suerte», se resiste.
En la cuenta atrás para la entrega del premio Cervantes, la escritora ha logrado ya digerir la noticia que recibió este otoño con gran felicidad. Presente en las quinielas de los últimos años como posible ganadora, Ana María Matute siempre se quedaba a las puertas del galardón, convirtiéndose en víctima de la decepción. Después de tan larga espera, ¿es este un premio merecido? «Sí, eso sí», se ríe a carcajadas. «Si no me lo merezco, tampoco me merezco estar en una silla de ruedas», vuelve a bromar.
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