Revista Ñ
Alerta. Todos podemos ser Becerra. En potencia, sin darnos cuenta quizá. Entonces no habrá marcha atrás. “Becerra es el tipo en el que uno no se quiere convertir”, dice José María Brindisi (Buenos Aires, 1969), autor de la electrizante Placebo, una nouvelle sin puntos aparte que enfoca a ese tal Becerra en un momento jodido de su vida. Brindisi dirá también que es muy fina la línea que nos pone a un lado o al otro. A un lado y al otro nos pone el relato, que sin puntos y aparte avanza y acciona las sirenas de la hipocresía y la autoindulgencia. Esas alarmas suenan porque hay un clic en el que todo cambia. ¿Qué pasó? ¿Qué nos pasó? ¿Cómo torcer la historia de esto en que nos hemos convertido? ¿Cuándo cruzamos esa línea delgada que puede ser invisible? Brindisi no lo juzga a Becerra, lo expone a una situación crítica, la muerte de su mejor amigo. Horacio se muere y Becerra, que ya es un cincuentón, recorre su película, su vida, en imágenes que contrastan feo con su rutina cansada. Un segundo matrimonio gastado, la literatura como yugo, una amante volátil, unas vacaciones en el Tigre, un Audi que alguna vez fue Renoleta. Todos podemos ser Becerra, dirá Brindisi sobre su protagonista. Y acá explica los por qué y los cómo de un historia común, vertiginosa y universal.
Alerta. Todos podemos ser Becerra. En potencia, sin darnos cuenta quizá. Entonces no habrá marcha atrás. “Becerra es el tipo en el que uno no se quiere convertir”, dice José María Brindisi (Buenos Aires, 1969), autor de la electrizante Placebo, una nouvelle sin puntos aparte que enfoca a ese tal Becerra en un momento jodido de su vida. Brindisi dirá también que es muy fina la línea que nos pone a un lado o al otro. A un lado y al otro nos pone el relato, que sin puntos y aparte avanza y acciona las sirenas de la hipocresía y la autoindulgencia. Esas alarmas suenan porque hay un clic en el que todo cambia. ¿Qué pasó? ¿Qué nos pasó? ¿Cómo torcer la historia de esto en que nos hemos convertido? ¿Cuándo cruzamos esa línea delgada que puede ser invisible? Brindisi no lo juzga a Becerra, lo expone a una situación crítica, la muerte de su mejor amigo. Horacio se muere y Becerra, que ya es un cincuentón, recorre su película, su vida, en imágenes que contrastan feo con su rutina cansada. Un segundo matrimonio gastado, la literatura como yugo, una amante volátil, unas vacaciones en el Tigre, un Audi que alguna vez fue Renoleta. Todos podemos ser Becerra, dirá Brindisi sobre su protagonista. Y acá explica los por qué y los cómo de un historia común, vertiginosa y universal.
El libro arranca con una sentencia asimilable a la ambivalencia de Becerra, inmerso en ese mundo que nos interesa, nos despierta, golpea, arrastra, humilla… ¿Es esa la matriz que usaste para construir el personaje?
Tal vez sí, aunque no en esos términos. La escena del comienzo no es solo poética o estética, es una declaración de principios. Becerra está en un momento particular que lo tiñe todo. Cosas que habitualmente lo pondrían feliz le recuerdan todo el tiempo lo cercana que está la muerte. Esas dos mujeres que son un espejismo y son reales a él lo tiran abajo, lo entristecen, lo matan. Le recuerdan lo maravilloso que puede ser el mundo y que, de a ratos, lo fue. Ya no lo es. No conocemos al personaje pero vemos el momento que vive. Se le está muriendo su mejor amigo y ni si quiera se le nota. Hablan, y el tipo está sano, entonces no puede ni arrancar el duelo. Pero el amigo se le está muriendo y él ve todo de manera extrema, de una manera muy distinta a como lo venía viendo aunque luego sospeche que el sabía que la vida no era eso de subirse a un Audi y pensar que es eso. No.
Este autorreconocerse como un ser hipócrita, miserable, rótulos de los que el mismo zafa huyendo con su amante o emborrachándose, es algo que en mayor o menor medida le pasa a mucha gente en la Buenos Aires de hoy. ¿Hay un llamado de atención tuyo a los cuarentones o cincuentones que siguen apostando a esa autoindulgencia?
Becerra es el tipo en el que uno no se quiere convertir. Pero claro, el que no tenga algo de Becerra, que arroje la primera piedra. Es todo parte de lo mismo. Y es una alarma. Hay cosas que uno cree que pertenecen a otro mundo. Pongo el ejemplo de un incendio o de la muerte, cuando nos tocan cerca entramos en una dimensión que no conocíamos. Lo que Becerra es, lo que trata de no ser aunque parezca tarde, son alarmas que se nos van prendiendo, situaciones en las que podemos caer fácilmente. Cuando nos juntamos con cinco amigos y sacamos todos los celulares a ver qué onda, digo: Muchachos, no, la próxima me avisan… Porque me empiezo a asustar. Pero Becerra también es un tipo noble. Podemos pensar que esta es una novela sobre la amistad y que a este tipo, equivocado en muchas cosas, al que no vamos a condenar porque tenga una amante, se le está por morir su mejor amigo y eso trastoca todo. Tiene sus flaquezas, su grises, pero hay escenas que lo muestran también como un tipo noble.
Su recuerdo de la primera mujer muerta, el romanticismo de ese recuerdo, en el que él, al menos para si mismo, admite que no estuvo a la altura. Su ex mujer y su madre tenían un diálogo del que él no podía participar. Y no lo dice con odio, lo dice con añoranza.
Entre esas dos posiciones, oposiciones temporales entre el tipo noble que fue y este sufrido hipócrita torturado por la muerte del amigo, no vemos el proceso que lo llevo a convertirse en el tipo del Audi, aunque podemos imaginarlo… ¿Qué lo convierte en alguien que nunca hubiera querido ser? ¿Por qué no escucha la alarma?
Está bueno que lo preguntes, porque es muy poco. Muy poco. Ahora yo tengo mi auto, y lo necesito para moverme con mi familia, y tal vez, si pudiera, me gustaría cambiarlo. Pero sin darte cuenta te vas cebando, y te encontrás con los cinco amigos saliendo todos y cada uno en su auto y en alguna medida porque tenés ganas de mostrarlo, y no te das cuenta. Para el comienzo hace falta muy poco. Tal vez es el momento en el que uno abandona una bandera, o te ataca un realismo feroz y decís bueno, mi lugar es este lugar chiquito y lo voy a ocupar como pueda y me voy a dar esos pequeños placeres. Por eso yo tengo la sensación que para Becerra, el único escape, es su relación con el amigo, con Horacio.
Sí, pero de esa amistad también escapa, aunque sea físicamente. En lugar de quedarse con el amigo que se muere se va al Tigre con su mujer...
Siempre hay distintas perspectivas para mirar un texto. Y tanto en la escritura como en la lectura me parece útil cruzarse a la vereda del frente. Y cuando yo lo hago lo juzgo con una dureza excesiva. Por eso me pongo de su lado y digo que hace lo que puede, que a él se le está muriendo su mejor amigo. Entonces yo trato de acompañar a Becerra. Narrar para mí es acompañar a los personajes, estar sentimentalmente con ellos, estar indefensos de a ratos. Por eso reniego de las narraciones cortas, porque la intensidad de esa compañía se vuelve más difícil en dos páginas.
Ya que acompañaste a Becerra, ¿qué le impide a él volver a ser el personaje noble que recuerda haber sido, el que andaba en un Renault 6 en lugar del Audi?
Es muy difícil decirlo para mí. Porque nosotros lo seguimos en un momento que es diferente a su vida normal. Tengo la sospecha de que si le hubieran dado más tiempo podría haberse aproximado más a ese que fue, sin por eso convertir a ese que fue en un mito. Era un tipo joven, con ideas de tipo joven. Las ideas de tipo joven no deberían abandonarse con los años.
Es una novela psicológica. Con un protagonista de carácter débil y cambiante. Paranoico con los vecinos, preocupado por pequeñeces. ¿A partir de qué parámetros fuiste tejiendo esa personalidad?
Es una novela psicológica. Y es importante entender, empatizar, el entramado psicológico del protagonista. El tipo está en un momento muy particular de su vida y entonces todo es extremo. Leemos a Clarice Lispector o Marcelo Cohen, y si no entramos no pasa nada, pero si logramos entrar, entonces pasa demasiado. Porque para los personajes pasa demasiado. No contamos los hechos sino en relación a los personajes. Becerra se cruza con estas diosas y piensa en la muerte, y piensa en la muerte porque todo el tiempo está pensando en la muerte, pero también porque momentáneamente lo hacen terriblemente infeliz. Para mí es eso, seguir la cabeza del tipo, si no la pienso como una novela psicológica no es nada.
Y por eso el punto de vista, supongo. Aunque no es Becerra el narrador, y la novela no está escrita en primera persona, se lee como si lo estuviera. ¿Está pensada así?
Sí. La diferencia entre narrar en primera o en tercera persona está en la flexibilidad, y por eso la elección. Pero en esta novela me acerqué tanto que lo natural es seguir las oscilaciones de la trama y los pensamientos desde adentro. Pensé que contar todo en primera persona hubiese sido sencillo y a la vez una manipulación de los sentimientos del lector. Esa pequeña distancia que da el uso de la tercera, permite que el lector, si tiene ganas, pueda incluso defenestrarlo a Becerra. Pero no es un demonio Becerra.
El otro recurso narrativo es la ausencia del punto aparte, ¿fue una manera de acelerar el ritmo o simplemente una tentación?
Fue un desafío, que por suerte, parece superado. Y ese desafío era amalgamar la escritura para que no se pueda separar el cómo del qué. No darle respiro al relato ayuda a vivir con más intensidad este momento corto en la vida de Becerra en el que él no tiene respiro.
Supongo que habrá algo autobiográfico en la novela, pero al mismo tiempo, de tanto convivir con Becerra, ¿funcionó como esa alarma que suena frente a determinadas situaciones?
Trato de pensar que no tengo mucho de él, pero sería una tontería no pensar que está cerca. No me voy a convertir en Becerra, por que muchas de sus cosas me molestan mucho, y por suerte, creo que a él también le molestan. Pero es cierto, a partir de construir a este personaje, tengo las alarmas más presentes. Inesperadamente tal vez, me sirve para enfocarme más. Ya no cambio cinco minutos de Tinelli por cinco minutos con mi hija.
Consumismo, vedetismo, eso que vos llamás Tinelli y que puede verse como la influencia de la TV y de una infraestructura comunicativa en la corrosión del carácter son algunos de los factores que hacen sonar la alarma, ¿qué papel juega la literatura en la construcción de la personalidad?
Es un antídoto. Y mi literatura establece una distancia con este tipo de personajes. Establezco esa distancia y trato de ser crítico, pero lo importante en la novela era que él fuera crítico. Si no, es fácil hacer la gran Houellebecq. Todo lo que ve Houellebecq es enfermo y nada lo toca ni de cerca. Trato de no convertirme en un cínico, pero se que uno se puede convertir en un salame y un cínico muy fácilmente.
¿Quién sería el opuesto a Houellebecq?
Marcelo Cohen, especialmente con su última novela que es tan política. Puede parecer que él está sumergido en un mundo delirante pero no es así. Su obra tiene una dimensión política, pero ahora se volvió más evidente.
Por el elogio, y por tu última novela, arriesgo que vos también avanzas hacia una escritura más política...
Es una ambición, pero muy riesgosa. Siendo más realista, puedo decir que tengo una mirada social. Me interesa cada vez más contar lo que pasa alrededor. Nos ha tocado vivir cosas cínicas en los últimos 25 años. En los 80 de pronto se puso de moda el escepticismo. Cuando mis amigos empezaron a votar, algunos ponían una feta de salame en el sobre, y nos parecía gracioso. Por suerte en un momento eso cambió, y en mi caso sucedió mucho antes de esta actualidad con la que estoy más o menos contento. No se si es un deber, pero me doy cuenta que a mí me interesa cada vez más. Y me gusta que se pueda intuir eso incluso en una novela que va por otro lado. El menemismo es un momento que hay que contar, pero más allá de que mi personaje sea un producto de esa época, no es esa novela. Lamentablemente van pasar muchos años en desaparecer las secuelas del menemismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario