Del «top» del glamour como periodista de «People» en Nueva York a instalarse en Ciudad Juárez para denunciar la desgarradora situación en esa frontera. ¿Por qué la brutal ruptura?
—En realidad fue un regreso, porque Ciudad Juárez fue la primera ciudad mexicana que conocí, hace catorce años, y ya entonces me atrapó. Pero si no hubiese trabajado en «People» en Nueva York nunca habría regresado a «Juaritos». La clave es que, además de vivir en ese mundo de glamour y fiestas que parecía una telenovela, yo seguía escribiendo sobre narcotráfico, nunca perdí el contacto con mi gente allí. Y cuando empezó la mal llamada «guerra contra el narcotráfico» del presidente mexicano Felipe Calderón me di cuenta de que lo que transmitían los medios no tenía nada que ver con la realidad. En ese momento empecé a ver a los muertos de Ciudad Juárez en cada gramo de cocaína que se consumía en esas fiestas a las que yo iba. Mucha gente no lo relacionaba porque no tenía la oportunidad de vivir los dos mundos. Pero yo sí. Me preguntaba: ¿cuántos muertos se necesitan en Ciudad Juárez para que tú te drogues en paz? Decidí reaccionar y me preparé para regresar.
—No resultaría fácil.
—No. Además, justo en ese momento llegó la crisis y nadie me ofrecía colaboraciones por mis artículos. Pero abrí el blog, y a partir de ahí enseguida varios editores me empezaron a pedir notas. Este libro es otro paso más, el siguiente grito de las víctimas, de los huérfanos... Y ahora lo que más me preocupa es lo que está pasando en México. Porque las autoridades dicen que es un problema de percepción, de imagen. Que ciudad Juárez no es la ciudad más peligrosa del mundo, que no se está tan mal. Pero allí muere cualquiera en cualquier momento.
—¿Una sola ciudad es paradigma de la hipocresía occidental?
—Completamente. El presidente Calderón acaba de decir que Juárez se va afianzando económicamente. ¿De dónde ha sacado esos datos? Es mentira. Y además yo veo los muertos, más de 8.300 en cuatro años. Es el lugar donde no puedes tomar un café, o porque el café ya no existe o porque en él te van a matar. Una ciudad que está desapareciendo, que está militarizada, y donde los que mueren no llevan armas, no es una guerra contra el narco. Y ahora los medios informativos mexicanos han llegado al llamado «acuerdo de la cobertura informativa de la violencia y del crimen organizado», por el que han decidido no informar. Pero si los periodistas no contamos lo que tenemos que contar nos convertimos en partícipes de genocidios, en nombre de una guerra contra el narco que en el fondo es una guerra por el control del negocio.
—Con la llegada del Ejército la situación no ha mejorado.
—Al contrario. Desde que llegaron el Ejército y la Policía federal se han disparado los muertos, las extorsiones y los secuestros, llevados a cabo a veces por policías federales. Y los feminicidios se han multiplicado, desaparecen muchas más mujeres.
—Y usted persevera en poner nombres y apellidos a todos.
—Porque hay que contar sus historias; que amaban, que tenían hijos. No solo son narcos, lo siento. Ahí encuentras también al profesor, al estudiante... Y además nunca se habla de los narcos verdaderos, de los que hacen el lavado del dinero, porque a los pobres el narcotráfico les ofrece el trabajo que las autoridades no han querido o sabido crear.
—Pero entre tantas sombras encontró luz.
—Es lo que me fascina de Juárez. Allí en todas las catástrofes ves humanidad. La mujer a la que le matan a sus hijos es capaz de sonreír y salir adelante. Por eso la dedicatoria del libro: «A mi querida Juaritos, que me enseñó a vivir». ¡A disfrutar de la vida como un instante fantástico que se puede ir en cualquier momento!
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