Minae Mizumura, escritora, japonesa, ha pasado por Buenos Aires y ha dejado marcas y señales de buen humor, sensibilidad (aunque diga lo contrario en esta entrevista) y una compleja percepción de Japón. Llegó invitada al III Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires y allí conmovió a la audiencia al hablar de literatura, de su libro sublime Una novela real (Adriana Hidalgo), y también por la sorpresa que causó al entonar una canción de cuna. Ella también quedó maravillada.
Una novela real es una historia con mucho de relato personal compuesta por fondo y figura. La figura son los protagonistas de un amor complicado a lo largo del tiempo, de un par compuesto por más de dos personas. Y el fondo, son los escenarios de Estados Unidos y Japón, de las vidas que allí crecen, sufren y mueren. Allí aparece el Japón que se reconstruye de las cenizas y conoce la opulencia y la decadencia. No en vano, la referencia de la crítica a Cumbres borrascosas es obligada, hay señas comunes, posibles paralelismos, destinos obligados. Pero esto es apenas un detalle referencial, la novela es el mapa frondoso de la más rica cartografía literaria.
Sólo se conoce esta novela en español de Mizumura; acaba de terminar otra titulada Inheritance from Mother que se ha publicado por entregas en el diario Yomiuri, el de mayor circulación en Japón. Mizumura habló en esta entrevista con una gestualidad muy expresiva: sus manos y su rostro acompañaron cada definición, cada palabra buscada en inglés, cada silencio que establecía la más elocuente comunicación. Aquí dijo que fue muy feliz.
-¿Cómo se sintió al escribir un libro tan complejo como “Una novela real”?
-Extasiada. Me encantaba, la disfruté. Estaba bajo presión porque la escribía para publicar mensualmente en una pequeña revista literaria y debía entregar una cierta cantidad de páginas todos los meses. De hecho, me enfermé antes de terminar la novela y me tomé tres meses de descanso. Pero realmente lo disfruté, me infundía otra realidad. Era como vivir en el libro, en una nube, no en este mundo. Fue un tiempo inspirador.
-Y cuando terminó...
-Estaba exhausta....
-¿Esta novela la cambió en algún aspecto?
-Desearía poder decir que me ayudó a ser mejor persona. O que ahora entiendo mejor al mundo gracias a esta novela, pero… Escribir novelas no te cambia de esa manera. Sí, en cierto modo como escritora, por haber escrito esto de esta manera, pero no necesariamente como persona. Sé que una mejor respuesta sería decir que me hizo una mejor persona, que tengo una mejor perspectiva del mundo, pero no fue así. No fue como una epifanía o algo así, no me transformó de ese modo, sino de una manera más prosaica. En lo cotidiano. Me convirtió en una escritora más sólida y reconocida en Japón. Me cambió desde el punto de vista externo.
-Me dio la impresión de que en este texto se estaba despidiendo de una parte de su vida...
-Sí, hay algo de eso. Porque tiene mucho de autobiográfico. Me dejó más en paz con mi pasado. Me acercó a la época en que viví en Japón, a los lugares donde los niños juegan hoy, iguales a los lugares donde yo jugaba. Por eso, de algún modo significó un cierre espiritual para mí. En realidad, cuando uno termina un libro, se tiene esa sensación de cierre espiritual, pero existe la tentación de volver. Por eso se dice que uno termina escribiendo sobre lo mismo, una y otra vez, en cualquier clase de libro. Yo también tengo este sentimiento de que quizás regrese a este libro en algún momento.
-También ha escrito libros sobre el idioma japonés, ¿por qué se interesó en escribir sobre su propia lengua?
-Porque los japoneses no son muy conscientes del idioma. Nacieron con él y no saben bien otros idiomas. En realidad no lo conocen a fondo. Ese desconocimiento me pone muy triste. Por ejemplo, en la universidad se requiere saber inglés pero no japonés. En la escuela secundaria la cantidad de horas dedicadas al inglés es superior a las del aprendizaje del japonés o de la literatura japonesa. Me entristece mucho que los japoneses piensen que su idioma es tan fácil que no necesitan aprenderlo bien, y que lo importante es aprender inglés, lo cual no es tan así. En literatura, tenemos miles de años de historia y realmente tenemos que leer mucho para heredar esa clase de riqueza.
-¿Qué opinión le merece Borges, y su amor por Japón?
-Creo que ese amor representa “el otro en su máximo exponente”, el eje de la cultura occidental que siempre estuvo en contacto con la cultura árabe, por ejemplo. Y no es que la cultura japonesa sea mucho más exótica que la cultura árabe, islámica. Es algo difícil de entender. Creo que él proyectó que todo lo que no estuviese en la cultura occidental era parte de la cultura japonesa que siempre suena muy misteriosa. Por ejemplo, al pianista Glenn Gould le encantaba un pasaje de Soseki, que hablaba de la diferencia entre Oriente y Occidente. Gould eligió ese tramo e hizo de él una fantasía sobre Japón. La espiritualidad o la no existencia de un ego fuerte, lo que sea, eso que falta en Occidente, es lo que me parece que la gente busca en Japón.
-¿Quién es su escritor japonés preferido?
-Natsume Soseki, el fundador de la literatura japonesa moderna. Son los padres o madres fundadores los que realmente crean un nuevo idioma. El es uno de ellos. Es interesante porque el idioma todavía no está ahí al igual que con el Dante. La prosa italiana aún no existía pero sí la poesía, el italiano no existía, era el latín vulgar, y Dante fue el padre fundador de la literatura italiana. Lo mismo pasó con Soseki; en Rusia con Pushkin; en Francia con Montaigne.
-¿Y cuál prefiere de los escritores del siglo XX?
-Junichiro Tanizaki es mi favorito. En realidad, nunca me interesaron mucho los escritores japoneses contemporáneos porque su japonés no tiene esa capa histórica de idioma que a mí me gusta que tengan. Es mucho más coloquial. Es bueno si se logra una mezcla, si hay diversidad y si se usa lo coloquial siempre que se lo combine. Pero si se escribe sólo en forma coloquial, me parece que se pierde la capa histórica con que puede contar el idioma japonés.
-A priori, ¿tiene una opinión positiva sobre la traducción o le parece una misión imposible?
-Me parece una misión imposible pero que es necesario emprender, porque todos somos seres humanos, vivimos en este mundo, donde sabemos que existen otros países e idiomas. Tiene que haber traductores. La razón por la cual la literatura japonesa llegó a ser esta clase de literatura fue sólo porque hubo traducciones. De otro modo, no habríamos tenido novelas modernas de la manera en que las que tuvimos. La primera novela moderna japonesa, fue escrita primero en ruso porque el autor había estudiado esa lengua (NdeE: Se trata de Futabatei Shimei). Esto es histórico, suena gracioso, pero Japón está muy cerca de Rusia, país que siempre trató de invadir Japón y Corea. Había un contacto cercano con Rusia y estaba la escuela rusa a la que asistió este escritor donde todo se hacía en ruso. No pudo escribirla en el japonés que había heredado del período Edo. La escribió primero en ruso y luego la tradujo al japonés. Algo parecido le ocurrió a Victoria Ocampo: ella escribía en francés y luego lo traducía al español argentino. Y esto sucede todo el tiempo. Es el idioma lo que define al escritor, no la nacionalidad. Pushkin, el padre de la literatura rusa, comenzó escribiendo en francés y luego en ruso. La traducción es parte fundamental del modo en que evoluciona la literatura. Es una misión imposible pero inevitable.
-¿Cuánto tiempo vivió en Estados Unidos?
-Veinte años.
-Ha vivido allí y en Japón por largos periodos, ¿se sintió extranjera en uno u otro escenario?
-Así es. En EE.UU. me siento de otro país, por mi aspecto japonés. Si uno crece en California es diferente porque hay muchos chinos y japoneses. Cuando estuve en Nueva York en los 60, no había muchos japoneses; fui la primera japonesa en una escuela pública. Hasta se publicó un artículo en un diario sobre eso. Yo siempre llamaba la atención como “la” extranjera en EE.UU., y siempre me sentí así. Y siempre tenía la esperanza de que cuando volviese a Japón no tendría más esta sensación, que me mezclaría con los japoneses y que sería feliz para siempre. Pero cuando regresé a Japón me sentí tan extranjera como en EE.UU.. Los japoneses no sabían que yo había vivido mucho tiempo fuera de Japón pero yo me sentía extranjera.
-¿Dónde estaba el 11 de marzo de 2011, el día del tsunami y del desastre nuclear?
-En esos días estaba enferma, quedé así después del libro. Estaba precisamente en el acupunturista. Cuando se sintió el temblor yo no me podía levantar, me escondí debajo de la camilla protegiendo mi cabeza, y todavía tenía agujas de acupuntura en mi espalda. Fue terrible. No entendía qué pasaba. Y cuando salí del consultorio, pensé que podría volver a casa en tren. Pero no pude porque el tren no funcionaba ni tampoco otro transporte público. Nadie sabía realmente qué estaba sucediendo. Caminé y tardé tres horas en llegar a mi departamento. Y recién cuando llegué a casa y encendí el televisor, pude ver lo que había pasado. Fuera de Japón, se enteraron antes que yo de lo ocurrido.
-¿Y qué le dejó esta tragedia, como ciudadana y escritora...?
-En ese momento, y por unos tres meses la vida parecía más frágil. Vi con más distancia lo que es la vida, lo que significa estar vivo. Y estoy segura de que a los habitantes de la costa este de Japón que perdieron a sus hijos o a sus padres por el tsunami, la vida les cambió por completo. Yo estaba en Tokio, el daño que me hizo fue insignificante. Lo triste es que la gente se olvida de estas cosas, a menos que hayas quedado realmente traumatizado por la experiencia. Perdemos algo pero nos olvidamos del shock inicial y volvemos a la mentalidad de siempre y la vida sigue. No me cambió drásticamente como debería haber sido. Como escritores, debemos aceptar el hecho de que los seres humanos somos desaprensivos, no muy profundos en lo espiritual. La compasión no dura mucho. Podemos olvidarnos de algo muy terrible que nos ha ocurrido y... la vida continúa. Es vergonzoso que seamos así, pero descubrí que soy una persona desaprensiva en ese sentido. Como el tsunami no me afectó directamente, no sentí un cambio profundo. Como escritores, no podemos desconocer ese costado cínico de la naturaleza humana. No te volvés una persona mejor por haber escrito una novela ni por haber pasado una tragedia. Algunos escritores fueron a ver el desastre para sentirlo de manera directa, escribir y así poder sentirlo más. Esa actitud me parece un poco impertinente. Es buscar la tragedia, la infelicidad, el infierno en la Tierra. No me parece que los escritores deban hacer esto para poder escribir. No es lo que se supone que se debe hacer. Recuerdo un intercambio de cartas entre Flaubert y una mujer veinte años mayor –él era un veinteañero, muy joven entonces– que sirve para ilustrar esto. La mujer va a un hospicio para ver enfermos mentales para poder conmoverse y escribir. Flaubert dice que los escritores no deben hacer este tipo de cosas y yo también creo que los escritores auténticos no deben salir en busca de la catástrofe, de la tragedia. La vida en sí misma es trágica en cierto sentido, más allá de lo felices que podamos vivir por lo que no es necesario salir a buscar lo trágico afuera.
-¿Cuál ha sido el mejor momento de su vida?
-Es una pregunta difícil... ¿Usted qué contestaría a eso?
-No sé, quizás…
-¿Un momento de su niñez? ¿Fue feliz en su infancia? A veces, mirando hacia atrás, ¿cree que fue feliz?
-Entonces, tal vez, la sociedad era más amigable...
-Cuando miro hacia atrás, pienso que tuve una niñez feliz. Sin preocupaciones. Tenía a mis dos padres, pero no me consideraba una persona feliz en aquel momento. Paradójicamente, hoy sufro mucho más, porque estoy bajo mucha presión: tengo que escribir todos los días, tengo compromisos. Pero me imagino a mí misma con ochenta años y mirando hacia atrás, a este punto actual de mi vida. Aún hoy debo volver a mi hotel y escribir, así que, de algún modo, sería un momento no muy feliz de mi vida. Pero al mirarme desde esa edad, pensaría que este es mi momento más feliz, porque me tratan muy bien en la Argentina, nunca imaginé esto. Es difícil de decir, pero estoy segura de que éste es uno de los momentos más felices de mi vida.
-¿Qué tiene para decir una escritora, japonesa, ante la pregunta: qué es una mujer?
-Hay muchas clases, ¿no? Seguramente hay mujeres excepcionales muy distintas de mí. No me refiero a mujeres japonesas, sino a mujeres en general, a las mujeres que son grandes escritoras, pero hay ciertas cosas que a las mujeres nos cuesta hacer, tienen que ver con cosas como cuánto te podés reír de vos misma, cuánto te podés hacer la vida miserable –hablo como escritora– cuán irónica, cuán autocompasiva, o cínica con respecto al mundo podés ser. Los escritores hombres tienen más libertad para hacerlo, pueden describir detalles grotescos de sus vidas, pueden compadecerse de sí mismos, culparse y sentirse horribles, maltratarse hasta sentirse nada, y aún así esto puede resultar algo gracioso, mientras que en las mujeres suena espantoso o demasiado triste... Como escritora, me parece que hay una diferencia entre lo que podés hacer si tenés una protagonista o un protagonista. En la mujer, todo se vuelve de alguna manera trágico. No puede resultar cómico sentirte fea, que nadie te respete. Eso puede ser muy gracioso si se trata de un escritor hombre, pero si es una escritora, todo suena muy triste... En ese sentido, los hombres se pueden dar el lujo de ser más irónicos, más autocompasivos. Sé que aún no contesté su pregunta... pero como ser humano, me encanta ser mujer, no me gustaría ser hombre. No tengo el complejo del pene, de inferioridad. Somos más inteligentes. Estoy muy contenta de ser mujer.
Una novela real es una historia con mucho de relato personal compuesta por fondo y figura. La figura son los protagonistas de un amor complicado a lo largo del tiempo, de un par compuesto por más de dos personas. Y el fondo, son los escenarios de Estados Unidos y Japón, de las vidas que allí crecen, sufren y mueren. Allí aparece el Japón que se reconstruye de las cenizas y conoce la opulencia y la decadencia. No en vano, la referencia de la crítica a Cumbres borrascosas es obligada, hay señas comunes, posibles paralelismos, destinos obligados. Pero esto es apenas un detalle referencial, la novela es el mapa frondoso de la más rica cartografía literaria.
Sólo se conoce esta novela en español de Mizumura; acaba de terminar otra titulada Inheritance from Mother que se ha publicado por entregas en el diario Yomiuri, el de mayor circulación en Japón. Mizumura habló en esta entrevista con una gestualidad muy expresiva: sus manos y su rostro acompañaron cada definición, cada palabra buscada en inglés, cada silencio que establecía la más elocuente comunicación. Aquí dijo que fue muy feliz.
-¿Cómo se sintió al escribir un libro tan complejo como “Una novela real”?
-Extasiada. Me encantaba, la disfruté. Estaba bajo presión porque la escribía para publicar mensualmente en una pequeña revista literaria y debía entregar una cierta cantidad de páginas todos los meses. De hecho, me enfermé antes de terminar la novela y me tomé tres meses de descanso. Pero realmente lo disfruté, me infundía otra realidad. Era como vivir en el libro, en una nube, no en este mundo. Fue un tiempo inspirador.
-Y cuando terminó...
-Estaba exhausta....
-¿Esta novela la cambió en algún aspecto?
-Desearía poder decir que me ayudó a ser mejor persona. O que ahora entiendo mejor al mundo gracias a esta novela, pero… Escribir novelas no te cambia de esa manera. Sí, en cierto modo como escritora, por haber escrito esto de esta manera, pero no necesariamente como persona. Sé que una mejor respuesta sería decir que me hizo una mejor persona, que tengo una mejor perspectiva del mundo, pero no fue así. No fue como una epifanía o algo así, no me transformó de ese modo, sino de una manera más prosaica. En lo cotidiano. Me convirtió en una escritora más sólida y reconocida en Japón. Me cambió desde el punto de vista externo.
-Me dio la impresión de que en este texto se estaba despidiendo de una parte de su vida...
-Sí, hay algo de eso. Porque tiene mucho de autobiográfico. Me dejó más en paz con mi pasado. Me acercó a la época en que viví en Japón, a los lugares donde los niños juegan hoy, iguales a los lugares donde yo jugaba. Por eso, de algún modo significó un cierre espiritual para mí. En realidad, cuando uno termina un libro, se tiene esa sensación de cierre espiritual, pero existe la tentación de volver. Por eso se dice que uno termina escribiendo sobre lo mismo, una y otra vez, en cualquier clase de libro. Yo también tengo este sentimiento de que quizás regrese a este libro en algún momento.
-También ha escrito libros sobre el idioma japonés, ¿por qué se interesó en escribir sobre su propia lengua?
-Porque los japoneses no son muy conscientes del idioma. Nacieron con él y no saben bien otros idiomas. En realidad no lo conocen a fondo. Ese desconocimiento me pone muy triste. Por ejemplo, en la universidad se requiere saber inglés pero no japonés. En la escuela secundaria la cantidad de horas dedicadas al inglés es superior a las del aprendizaje del japonés o de la literatura japonesa. Me entristece mucho que los japoneses piensen que su idioma es tan fácil que no necesitan aprenderlo bien, y que lo importante es aprender inglés, lo cual no es tan así. En literatura, tenemos miles de años de historia y realmente tenemos que leer mucho para heredar esa clase de riqueza.
-¿Qué opinión le merece Borges, y su amor por Japón?
-Creo que ese amor representa “el otro en su máximo exponente”, el eje de la cultura occidental que siempre estuvo en contacto con la cultura árabe, por ejemplo. Y no es que la cultura japonesa sea mucho más exótica que la cultura árabe, islámica. Es algo difícil de entender. Creo que él proyectó que todo lo que no estuviese en la cultura occidental era parte de la cultura japonesa que siempre suena muy misteriosa. Por ejemplo, al pianista Glenn Gould le encantaba un pasaje de Soseki, que hablaba de la diferencia entre Oriente y Occidente. Gould eligió ese tramo e hizo de él una fantasía sobre Japón. La espiritualidad o la no existencia de un ego fuerte, lo que sea, eso que falta en Occidente, es lo que me parece que la gente busca en Japón.
-¿Quién es su escritor japonés preferido?
-Natsume Soseki, el fundador de la literatura japonesa moderna. Son los padres o madres fundadores los que realmente crean un nuevo idioma. El es uno de ellos. Es interesante porque el idioma todavía no está ahí al igual que con el Dante. La prosa italiana aún no existía pero sí la poesía, el italiano no existía, era el latín vulgar, y Dante fue el padre fundador de la literatura italiana. Lo mismo pasó con Soseki; en Rusia con Pushkin; en Francia con Montaigne.
-¿Y cuál prefiere de los escritores del siglo XX?
-Junichiro Tanizaki es mi favorito. En realidad, nunca me interesaron mucho los escritores japoneses contemporáneos porque su japonés no tiene esa capa histórica de idioma que a mí me gusta que tengan. Es mucho más coloquial. Es bueno si se logra una mezcla, si hay diversidad y si se usa lo coloquial siempre que se lo combine. Pero si se escribe sólo en forma coloquial, me parece que se pierde la capa histórica con que puede contar el idioma japonés.
-A priori, ¿tiene una opinión positiva sobre la traducción o le parece una misión imposible?
-Me parece una misión imposible pero que es necesario emprender, porque todos somos seres humanos, vivimos en este mundo, donde sabemos que existen otros países e idiomas. Tiene que haber traductores. La razón por la cual la literatura japonesa llegó a ser esta clase de literatura fue sólo porque hubo traducciones. De otro modo, no habríamos tenido novelas modernas de la manera en que las que tuvimos. La primera novela moderna japonesa, fue escrita primero en ruso porque el autor había estudiado esa lengua (NdeE: Se trata de Futabatei Shimei). Esto es histórico, suena gracioso, pero Japón está muy cerca de Rusia, país que siempre trató de invadir Japón y Corea. Había un contacto cercano con Rusia y estaba la escuela rusa a la que asistió este escritor donde todo se hacía en ruso. No pudo escribirla en el japonés que había heredado del período Edo. La escribió primero en ruso y luego la tradujo al japonés. Algo parecido le ocurrió a Victoria Ocampo: ella escribía en francés y luego lo traducía al español argentino. Y esto sucede todo el tiempo. Es el idioma lo que define al escritor, no la nacionalidad. Pushkin, el padre de la literatura rusa, comenzó escribiendo en francés y luego en ruso. La traducción es parte fundamental del modo en que evoluciona la literatura. Es una misión imposible pero inevitable.
-¿Cuánto tiempo vivió en Estados Unidos?
-Veinte años.
-Ha vivido allí y en Japón por largos periodos, ¿se sintió extranjera en uno u otro escenario?
-Así es. En EE.UU. me siento de otro país, por mi aspecto japonés. Si uno crece en California es diferente porque hay muchos chinos y japoneses. Cuando estuve en Nueva York en los 60, no había muchos japoneses; fui la primera japonesa en una escuela pública. Hasta se publicó un artículo en un diario sobre eso. Yo siempre llamaba la atención como “la” extranjera en EE.UU., y siempre me sentí así. Y siempre tenía la esperanza de que cuando volviese a Japón no tendría más esta sensación, que me mezclaría con los japoneses y que sería feliz para siempre. Pero cuando regresé a Japón me sentí tan extranjera como en EE.UU.. Los japoneses no sabían que yo había vivido mucho tiempo fuera de Japón pero yo me sentía extranjera.
-¿Dónde estaba el 11 de marzo de 2011, el día del tsunami y del desastre nuclear?
-En esos días estaba enferma, quedé así después del libro. Estaba precisamente en el acupunturista. Cuando se sintió el temblor yo no me podía levantar, me escondí debajo de la camilla protegiendo mi cabeza, y todavía tenía agujas de acupuntura en mi espalda. Fue terrible. No entendía qué pasaba. Y cuando salí del consultorio, pensé que podría volver a casa en tren. Pero no pude porque el tren no funcionaba ni tampoco otro transporte público. Nadie sabía realmente qué estaba sucediendo. Caminé y tardé tres horas en llegar a mi departamento. Y recién cuando llegué a casa y encendí el televisor, pude ver lo que había pasado. Fuera de Japón, se enteraron antes que yo de lo ocurrido.
-¿Y qué le dejó esta tragedia, como ciudadana y escritora...?
-En ese momento, y por unos tres meses la vida parecía más frágil. Vi con más distancia lo que es la vida, lo que significa estar vivo. Y estoy segura de que a los habitantes de la costa este de Japón que perdieron a sus hijos o a sus padres por el tsunami, la vida les cambió por completo. Yo estaba en Tokio, el daño que me hizo fue insignificante. Lo triste es que la gente se olvida de estas cosas, a menos que hayas quedado realmente traumatizado por la experiencia. Perdemos algo pero nos olvidamos del shock inicial y volvemos a la mentalidad de siempre y la vida sigue. No me cambió drásticamente como debería haber sido. Como escritores, debemos aceptar el hecho de que los seres humanos somos desaprensivos, no muy profundos en lo espiritual. La compasión no dura mucho. Podemos olvidarnos de algo muy terrible que nos ha ocurrido y... la vida continúa. Es vergonzoso que seamos así, pero descubrí que soy una persona desaprensiva en ese sentido. Como el tsunami no me afectó directamente, no sentí un cambio profundo. Como escritores, no podemos desconocer ese costado cínico de la naturaleza humana. No te volvés una persona mejor por haber escrito una novela ni por haber pasado una tragedia. Algunos escritores fueron a ver el desastre para sentirlo de manera directa, escribir y así poder sentirlo más. Esa actitud me parece un poco impertinente. Es buscar la tragedia, la infelicidad, el infierno en la Tierra. No me parece que los escritores deban hacer esto para poder escribir. No es lo que se supone que se debe hacer. Recuerdo un intercambio de cartas entre Flaubert y una mujer veinte años mayor –él era un veinteañero, muy joven entonces– que sirve para ilustrar esto. La mujer va a un hospicio para ver enfermos mentales para poder conmoverse y escribir. Flaubert dice que los escritores no deben hacer este tipo de cosas y yo también creo que los escritores auténticos no deben salir en busca de la catástrofe, de la tragedia. La vida en sí misma es trágica en cierto sentido, más allá de lo felices que podamos vivir por lo que no es necesario salir a buscar lo trágico afuera.
-¿Cuál ha sido el mejor momento de su vida?
-Es una pregunta difícil... ¿Usted qué contestaría a eso?
-No sé, quizás…
-¿Un momento de su niñez? ¿Fue feliz en su infancia? A veces, mirando hacia atrás, ¿cree que fue feliz?
-Entonces, tal vez, la sociedad era más amigable...
-Cuando miro hacia atrás, pienso que tuve una niñez feliz. Sin preocupaciones. Tenía a mis dos padres, pero no me consideraba una persona feliz en aquel momento. Paradójicamente, hoy sufro mucho más, porque estoy bajo mucha presión: tengo que escribir todos los días, tengo compromisos. Pero me imagino a mí misma con ochenta años y mirando hacia atrás, a este punto actual de mi vida. Aún hoy debo volver a mi hotel y escribir, así que, de algún modo, sería un momento no muy feliz de mi vida. Pero al mirarme desde esa edad, pensaría que este es mi momento más feliz, porque me tratan muy bien en la Argentina, nunca imaginé esto. Es difícil de decir, pero estoy segura de que éste es uno de los momentos más felices de mi vida.
-¿Qué tiene para decir una escritora, japonesa, ante la pregunta: qué es una mujer?
-Hay muchas clases, ¿no? Seguramente hay mujeres excepcionales muy distintas de mí. No me refiero a mujeres japonesas, sino a mujeres en general, a las mujeres que son grandes escritoras, pero hay ciertas cosas que a las mujeres nos cuesta hacer, tienen que ver con cosas como cuánto te podés reír de vos misma, cuánto te podés hacer la vida miserable –hablo como escritora– cuán irónica, cuán autocompasiva, o cínica con respecto al mundo podés ser. Los escritores hombres tienen más libertad para hacerlo, pueden describir detalles grotescos de sus vidas, pueden compadecerse de sí mismos, culparse y sentirse horribles, maltratarse hasta sentirse nada, y aún así esto puede resultar algo gracioso, mientras que en las mujeres suena espantoso o demasiado triste... Como escritora, me parece que hay una diferencia entre lo que podés hacer si tenés una protagonista o un protagonista. En la mujer, todo se vuelve de alguna manera trágico. No puede resultar cómico sentirte fea, que nadie te respete. Eso puede ser muy gracioso si se trata de un escritor hombre, pero si es una escritora, todo suena muy triste... En ese sentido, los hombres se pueden dar el lujo de ser más irónicos, más autocompasivos. Sé que aún no contesté su pregunta... pero como ser humano, me encanta ser mujer, no me gustaría ser hombre. No tengo el complejo del pene, de inferioridad. Somos más inteligentes. Estoy muy contenta de ser mujer.
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