Un festival de poesía es antes que nada una ocasión de festejo para los amantes del género. Aún si después de cuatro días de lecturas el entusiasmo inicial puede eventualmente declinar un poco, o si por momentos se puede concebir la sospecha de que la poesía va camino de convertirse en una rama de la industria turística, escuchar la lectura de poetas que a uno le gustan y descubrir voces nuevas (en nuestra lengua y en otras lenguas) son cosas que hacen de un festival de poesía como el de Rosario (21 al 26 de septiembre pasados) un hecho gratificante. Pero más allá del placer de las lecturas, un festival es también un lugar para intentar trazar mapas y hacerse preguntas. Incluso preguntas a priori quizás imposibles de responder, como la que lanzó en la antepenúltima mesa del último día del festival, en medio de un largo poema, la poeta boliviana Jessica Freudenthal: “¿Puedes definir con palabras exactas la poesía?” Existen, obviamente, tantas respuestas a esa pregunta como poetas o lectores de poesía, y la pluralidad de voces que pasaron por el festival no deja de confirmarlo. Más sencillo sería, tal vez, restringir la pregunta al ámbito de la poesía latinoamericana, al que pertenecían la mayoría de los invitados. Y en ese sentido, una de las preguntas que Rosario dejó flotando en el aire, como contracara de esta pluralidad, tiene que ver con la hipótesis de una uniformización en el ámbito de la poesía latinoamericana.
Trazar un mapa
Esta hipotética uniformización quedó condensada en la anécdota del mexicano Luis Felipe Fabre, quien en la mesa “Panorama de Literatura Latinoamericana”, contó cómo un poeta argentino que había estado recientemente de visita en el DF había exclamado, con horror, durante una lectura de poetas mexicanos: “¡Escriben como poetas argentinos del 90!”. En la misma mesa donde Fabre contó esa anécdota, Cristian Di Nápoli, coordinador del debate, trajo a colación una polémica reciente, que resultaba igualmente sugerente. La polémica había surgido en España, entre poetas españoles que acusaban a ciertos pares latinoamericanos de falta de legibilidad, y daba cuenta de un cambio de paradigma en la península, que sugería un acercamiento a la poesía escrita de este lado del Atlántico.
¿Existiría entonces, en este momento, algo similar a lo que representó el modernismo de Darío y Martí a fines del siglo XIX, es decir, un movimiento o estética que, más allá de las particularidades locales e individuales, estaría diseminándose por el ámbito de la lengua castellana? Lo que estaría en juego en definitiva, en ese sentido, es la posibilidad de hablar de una “poesía latinoamericana” no como mero rótulo contenedor de todo lo escrito en una región determinada en este momento, sino como un concepto portador de una serie de coordenadas estéticas. En caso de existir, esta hipotética convergencia debería mucho a los cambios en los modos de circulación de los textos poéticos que produjo la llegada de Internet, con las posibilidades para la formación de redes y el estrechamiento de lazos. Como ejemplo paradigmático podría citarse a las Elecciones Afectivas, una red de poetas en formato blog, creada hace unos años por Alejandro Méndez en la Argentina, y que rápidamente fue reproducida localmente en casi todos los países de Latinoamérica. A las facilidades otorgadas por Internet hay que sumar también el trabajo de diseminación realizado por revistas y editoriales, festivales y antologías.
La respuesta, a partir del corpus de lecturas propuesto por el festival, es que no. En primer lugar, una de las cosas que la curadoría de esta edición parece haber querido enfatizar es el hecho de que pensar la poesía en nuestro continente (y en la Argentina) implica pensar más allá del ámbito del castellano (dejando aparte a Brasil, que estuvo curiosamente ausente en esta edición). Esto es lo que dejaron en claro las lecturas de Liliana Ancalao (Argentina) y Leonel Lienlaf (Chile), quienes leyeron en mapugundún y en castellano, la de Edgar Pou (Paraguay), quien leyó en guaraní y en castellano, o la de Rosa Chávez, una poeta guatemalteca de origen maya. Lo que estos poetas obligan a pensar es en la persistencia de identidades y tradiciones locales en relación con la poesía. Estas identidades ponen en cuestión, o limitan, la funcionalidad del concepto “poesía latinoamericana”, pues algunos de esos poetas se reconocen en tradiciones totalmente distintas de aquella que tiene su punto de partida en Rubén Darío. Digamos, de paso, que esta poesía anclada en la tradición local no es ajena, a la vez, a la influencia de las nuevas tecnologías, y que también en ellos se observa la tendencia a la formación de redes amplias. Esto es lo que explicó Leonel Lienlaf, quien habló de la existencia no sólo de redes de poesía mapuche, sino incluso de una red más amplia, de alcance continental, que reúne poetas de los pueblos originarios.
En segundo lugar, las lecturas de los poetas latinoamericanos de este festival muestran una amplitud de registros tal que parecen lanzar un no rotundo a cualquier sugerencia de uniformidad o convergencia. Muy poco tenían en común, en ese sentido, los efectivos poemas-propaganda del mexicano Fabre con la poesía performática, mezcla de recitado y canto, de la uruguaya Lalo Barrubia, el humor y frescura del dominicano Juan Dincent con la poesía más retórica del colombiano Felipe García Quintero; en cambio, podría decirse, había más en común entre la poesía confesional del esloveno Brane Mozetic y la del marplatense Fabián Iriarte que entre la de este y, por ejemplo, sus colegas chilenos. Dicho esto, lo que sí puede pensarse, en relación con la anécdota de Fabre, y sin necesidad de hablar de convergencia, es que en algunos países latinoamericanos (y en España) han empezado a incorporarse (ya sea por razones endógenas o exógenas, o por una mezcla de ambas) elementos y rasgos (coloquialismo, narratividad, antilirismo) que la poesía argentina incorporó de manera más temprana y radical.
Yo no la conozco
Alguna vez el teórico de derecha Joseph de Maistre, buscando refutar la declaración francesa de los Derechos del Hombre escribió: “Yo no conozco a ese hombre general, ese hombre abstracto del que hablan: yo sólo conozco franceses, ingleses, alemanes”. De la misma manera podríamos decir: yo no conozco esa poesía latinoamericana de la que me hablan. Yo sólo conozco poesía argentina, chilena, peruana, boliviana, inglesa, etc. E incluso eso tal vez sería insuficiente. Remedando un poco el catálogo borgeano citado por Michel Foucault al principio de Las palabras y las cosas , tal vez deberíamos decir: yo sólo conozco literatura argentina, chilena, gay, mapuche, gauchesca, guaraní, cordobesa de cordobeses que viven en Buenos Aires, bellessiana, rosarina, política, maya, e incluso una rara avis que apareció en este festival: buena poesía española contemporánea (la de Carlos Pardo, por ejemplo). En el momento actual, menos que una uniformización, lo que podemos esperar, a partir del crecimiento de redes y de intercambios, es una contaminación y una hibridez cada vez mayor, dos rasgos, esos sí, que la poesía de acá hizo suyos hace tiempo.
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