Este es un viaje por los recuerdos de un niño. Así lo resume Ángel Parra, autor de “Violeta se fue a los cielos”, el libro homónimo en el que se basó la película sobre su madre. Cuenta Ángel que cuando vio el casting de Francisca Gavilán, la actriz que interpretó a Violeta Parra, lloró a los veinte segundos. Escuchó en ella la resurrección de esa voz rasposa interpretando El gavilán, y desempolvó los recuerdos de niño. Esas memorias van al fondo del personaje y evocan humana a la prolífica creadora.
Es el bosquejo de una mujer tenaz. En el filme Violeta cosecha el folklore chileno, desanda los campos agrestes buscando cantores populares que le transfieran sus cuecas, sus tonadas. Recorre Ñuble, la zona de Arauco, Chiloé, y desentierra la música norteña. De cerca la sigue Ángel, su niño, que juega de "padre-hijo" mientras trastabilla cargando una grabadora que lo iguala en peso. La historia, muestra a una Violeta Parra que no se victimiza, que persevera en su formación y se sobrepone a las adversidades, que no fueron pocas. "Nos interesó la creadora, a partir del reencuentro con lo más profundo de su cultura, aparece la genio. Eso, unido a una personalidad llena de contrastes…” define Andrés Wood, el director del filme. Y agrega: “Si quieres conocer a Violeta, léela, mírala, escúchala. Ahí está todo, no hay misterios".
Son los ojos de su hijo los que reflejan los caminos de la Violeta artista y, más difícil, de la artista mujer. Comunista, de origen humilde, fue ignorada y despreciada por la burguesía chilena. Después sí la aplaudieron, ya en la cima, cuando la presentaron como la primera hispanoamericana que expuso en el Museo de Artes Decorativas del Louvre, en 1964. La película rescata uno de los episodios que mejor retrata esa marginación. "Sordos" les gritó en el Club La Unión, en ese entonces, lugar de encuentro de la clase alta santiaguina. Después de cantar, el presentador la desdeñó y la invitó a comer, pero a la cocina, para que no desentonara con los trajes de etiqueta de los comensales. En esta escena, se ve a una Violeta hosca para algunos, pero hosca en un país, que ya desde ese tiempo, tenía la costumbre de hacer distinciones, según la ropa y la apariencia de las personas.
El director enfoca de cerca carácter intenso: la Viola y su alegría como invitada al Festival de la Juventud en Varsovia, la Viola y el espejo deformado que aumenta las cicatrices que dejó la viruela en su rostro. Muestra sus viajes por Europa donde quedan atrás hijos y labores domésticas. Genial al fin, su figura también confronta los juicios machistas. Lo poco que se conocía de su biografía era la muerte de su hija Rosita Clara, a los nueve meses, por neumonía. "Mala madre", pensaron unos y otros, una lectura parcial que jamás ocurre con los hombres. Acostumbrada a llevar la procesión por dentro, tras la noticia de la muerte de su pequeña, decide quedarse en Europa. Wood acerca a la cantautora a los chilenos.
También explica por qué se ignoran aspectos básicos de su biografía. "Se intentó hacerla callar en dictadura. Esa inercia se mantuvo y la dimensión artística de Violeta ha permeado poco a poco esa indiferencia. Permanece en la memoria colectiva de este país, está dentro de nosotros, pero la desconocemos", sugiere Wood.
La película narra también la niñez de Violeta. Infancia a pie pelado, en medio de las casas de adobe de San Fabián de Alico, un pueblo al interior de la ciudad de San Carlos, trescientos kilómetros al sur de Santiago. Hija de un profesor de música al que le gustaban las cuecas tanto como el vino, y de una mujer de campo, ama de casa, los niños Parra bailaron de cerca con la pobreza. En ese tiempo la llamaban Violetita, y con su boca teñida de morado por su gusto de comer maqui, ya buscaba un público y cantaba con sus hermanos por unas monedas en las calles enlodadas. "Le dije a Andrés que su obra hizo nacer de nuevo a la Violeta que él estaba buscando. El espíritu, la atmósfera, se acercan enormemente al personaje”, reflexiona Ángel desde París. Su libro es bien literario, sin fechas ni nombres exactos.
Para quienes la conocieron, todas esas carencias fueron el cincel que moldeó a una mujer fuerte, cantautora de lo indecible y las injusticias sociales: "La primera rockstar chilena", precisó Wood. Y cómo no. El avión de Ángel Parra que lo traía desde Francia al estreno de la película, surcaba el cielo chileno, cuando abajo el movimiento estudiantil cobraba más fuerza que nunca, con más de cincuenta mil personas en la calles. Ahí estaba el descontento y Violeta con "Me gustan los estudiantes" de nuevo sonando en las radios. Su rostro en las gigantografías que promocionan la película parecía sonreír a esa revolución. Hoy su música está más vigente que nunca. "El pueblo adora a mi madre por lo que fue y por lo que dejó como herencia cultural. La película no salda deudas, es una obra cinematográfica, de un gran creador como es Andrés Wood", dirá Ángel.
Sus últimos días son historia conocida. La partida de Gilbert Favre, su "chinito", fue la gota que rebasó el vaso. Es difícil esclarecer si su profunda tristeza vino del fracaso de la carpa en La Reina, centro de arte popular, o de la autoimagen fea, pequeña y traicionada que develan sus súplicas al suizo. Violeta terminó con todas sus pérdidas de un disparo en la sien derecha el cinco de febrero de 1967. Al final, su personalidad rabiosa se puede descifrar: en otra dimensión, todos somos Violeta. Nadie escapa del desamor, la injusticia y del arrollador efecto de los sueños rotos. No hay fórmulas ni alquimias para esquivar el dolor. La artista fue todos esos sentimientos. De allí su grandeza.
Es el bosquejo de una mujer tenaz. En el filme Violeta cosecha el folklore chileno, desanda los campos agrestes buscando cantores populares que le transfieran sus cuecas, sus tonadas. Recorre Ñuble, la zona de Arauco, Chiloé, y desentierra la música norteña. De cerca la sigue Ángel, su niño, que juega de "padre-hijo" mientras trastabilla cargando una grabadora que lo iguala en peso. La historia, muestra a una Violeta Parra que no se victimiza, que persevera en su formación y se sobrepone a las adversidades, que no fueron pocas. "Nos interesó la creadora, a partir del reencuentro con lo más profundo de su cultura, aparece la genio. Eso, unido a una personalidad llena de contrastes…” define Andrés Wood, el director del filme. Y agrega: “Si quieres conocer a Violeta, léela, mírala, escúchala. Ahí está todo, no hay misterios".
Son los ojos de su hijo los que reflejan los caminos de la Violeta artista y, más difícil, de la artista mujer. Comunista, de origen humilde, fue ignorada y despreciada por la burguesía chilena. Después sí la aplaudieron, ya en la cima, cuando la presentaron como la primera hispanoamericana que expuso en el Museo de Artes Decorativas del Louvre, en 1964. La película rescata uno de los episodios que mejor retrata esa marginación. "Sordos" les gritó en el Club La Unión, en ese entonces, lugar de encuentro de la clase alta santiaguina. Después de cantar, el presentador la desdeñó y la invitó a comer, pero a la cocina, para que no desentonara con los trajes de etiqueta de los comensales. En esta escena, se ve a una Violeta hosca para algunos, pero hosca en un país, que ya desde ese tiempo, tenía la costumbre de hacer distinciones, según la ropa y la apariencia de las personas.
El director enfoca de cerca carácter intenso: la Viola y su alegría como invitada al Festival de la Juventud en Varsovia, la Viola y el espejo deformado que aumenta las cicatrices que dejó la viruela en su rostro. Muestra sus viajes por Europa donde quedan atrás hijos y labores domésticas. Genial al fin, su figura también confronta los juicios machistas. Lo poco que se conocía de su biografía era la muerte de su hija Rosita Clara, a los nueve meses, por neumonía. "Mala madre", pensaron unos y otros, una lectura parcial que jamás ocurre con los hombres. Acostumbrada a llevar la procesión por dentro, tras la noticia de la muerte de su pequeña, decide quedarse en Europa. Wood acerca a la cantautora a los chilenos.
También explica por qué se ignoran aspectos básicos de su biografía. "Se intentó hacerla callar en dictadura. Esa inercia se mantuvo y la dimensión artística de Violeta ha permeado poco a poco esa indiferencia. Permanece en la memoria colectiva de este país, está dentro de nosotros, pero la desconocemos", sugiere Wood.
La película narra también la niñez de Violeta. Infancia a pie pelado, en medio de las casas de adobe de San Fabián de Alico, un pueblo al interior de la ciudad de San Carlos, trescientos kilómetros al sur de Santiago. Hija de un profesor de música al que le gustaban las cuecas tanto como el vino, y de una mujer de campo, ama de casa, los niños Parra bailaron de cerca con la pobreza. En ese tiempo la llamaban Violetita, y con su boca teñida de morado por su gusto de comer maqui, ya buscaba un público y cantaba con sus hermanos por unas monedas en las calles enlodadas. "Le dije a Andrés que su obra hizo nacer de nuevo a la Violeta que él estaba buscando. El espíritu, la atmósfera, se acercan enormemente al personaje”, reflexiona Ángel desde París. Su libro es bien literario, sin fechas ni nombres exactos.
Para quienes la conocieron, todas esas carencias fueron el cincel que moldeó a una mujer fuerte, cantautora de lo indecible y las injusticias sociales: "La primera rockstar chilena", precisó Wood. Y cómo no. El avión de Ángel Parra que lo traía desde Francia al estreno de la película, surcaba el cielo chileno, cuando abajo el movimiento estudiantil cobraba más fuerza que nunca, con más de cincuenta mil personas en la calles. Ahí estaba el descontento y Violeta con "Me gustan los estudiantes" de nuevo sonando en las radios. Su rostro en las gigantografías que promocionan la película parecía sonreír a esa revolución. Hoy su música está más vigente que nunca. "El pueblo adora a mi madre por lo que fue y por lo que dejó como herencia cultural. La película no salda deudas, es una obra cinematográfica, de un gran creador como es Andrés Wood", dirá Ángel.
Sus últimos días son historia conocida. La partida de Gilbert Favre, su "chinito", fue la gota que rebasó el vaso. Es difícil esclarecer si su profunda tristeza vino del fracaso de la carpa en La Reina, centro de arte popular, o de la autoimagen fea, pequeña y traicionada que develan sus súplicas al suizo. Violeta terminó con todas sus pérdidas de un disparo en la sien derecha el cinco de febrero de 1967. Al final, su personalidad rabiosa se puede descifrar: en otra dimensión, todos somos Violeta. Nadie escapa del desamor, la injusticia y del arrollador efecto de los sueños rotos. No hay fórmulas ni alquimias para esquivar el dolor. La artista fue todos esos sentimientos. De allí su grandeza.
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