La literatura, subraya Silvia Avallone (Biella, Italia, 1984), es lo contrario a la publicidad. Nada de productos embellecidos. Ni rastro de familias con dentaduras resplandecientes y cabelleras cegadoras. La vida, como decía la rumba, a veces duele, y la literatura está ahí para retratarla con todas sus arrugas, fisuras y legañas. Y, faltaría más, también con sus cicatrices. “Todas las novelas que me gusta leer hablan del mal y de problemáticas sociales. O, en definitiva, de lo difícil que es vivir —explica Avallone—. El mal, en este sentido, siempre es fascinante. Además, a la realidad hay que mirarla de frente y plantarle cara”.
A esto último se dedica con denuedo en "De acero" (Alfaguara), crudo retrato de la Italia industrial con la que recupera una realidad “que no tiene cabida en los medios de comunicación”. Y no solo eso, sino que lo hace adentrándose en la adolescencia de Francesca y Anna e interrogándose sobre lo que significa crecer en un entorno tan duro y degradado. “Quería construir un historia excepcional a partir de un relato común”, relativiza.
Y algo realmente excepcional debe haber construido cuando a sus 27 años y con solo una novela—antes llegaron algunos relatos y una antología poética— se ha convertido en la nueva sensación de las letras italianas. Sonará exagerado, pero de momento “De acero” ya llevamás de 400.000 ejemplares despachados en Italia y su autora, finalista del Premio Strega, acumula galardones como el Campiello, el Flaiano y el Fregene.
Es más: tanto ha calado su crudo relato de la barriada obrera de Piombino que no pocos críticos la han convertido en una suerte de antídoto a la empalagosa pubescencia de Federico Moccia. “Es algo completamente diferente —explica la escritora—. Sus personajes viven en los barrios altos, en la mejor zona de Roma, y yo intento explicar una realidad en las que los jóvenes tienen problemas sociales. No es una adolescencia de jaula dorada, sino que tienen que enfrentarse a una vida realmente dura”.
De hechos, los jóvenes que retrata Avallone no solo tienen que refugiarse en la amistad para protegerse de la violencia o la más absoluta falta de expectativas, sino que lo hacen a la sombra de unos padres de los que los separa un abismo. La brecha generacional, cada vez más dilatada.“Las cosas han cambiado mucho. Los padres han dejado de ser puntos de referencia morales para convertirse en malos ejemplos. No hay más que ver la irresponsabilidad con la que actúan los políticos. Las nuevas generaciones están creciendo solas”, explica una autora especialmente crítica con una sociedad, la italiana, que “sigue arrastrando problemas del siglo pasado” y con una televisión en la que se cuenta “una Italia que no existe”.
Ante una situación como esta, añade la autora, la sátira ha dejado de ser una herramienta útil. "La realidad ha empeorado: ya no es momento de reír, hay que hacer algo, como ocurría con la literatura de los años 60, que era comprometida y quería cambiar las cosas", asegura.
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