Poeta Julio Medina Gimenes

Poeta Julio Medina Gimenes
s no es para quedarnos en casa que hacemos una casa no es para quedarnos en el amor que amamos y no morimos para morir tenemos sed y paciencias de animal.Juan Gelman

lunes, 1 de agosto de 2011

INE Dennis Lehane: «Tener dinero no da derecho a despreciar a quien no lo tiene» Escritor «oscarizado», rescata en «La última causa perdida» (RBA) al matrimonio de detectives Kenzie y Gennaro, a los que machacó vivos hace diez años...


Cada vez que el bostoniano Dennis Lehane, uno de los maestros del nuevo género negro a sus barbilampiños 46 años, piensa en ellos —en su pareja, de hecho, de detectives Patrick Kenzie y Angie Gennaro—, se los imagina en una piscina de un hotel del Caribe, apurando las penúltimas caipirinhas. De repente, les suena el móvil, y ella le dice a él: «No contestes. Debe ser Dennis». Lehane apalizó a sus criaturas de ficción psicológica, física y emocionalmente, y una década después los rescata para que investiguen, en «La última causa perdida» (RBA), a ladrones de indentidad, matrimonios psicópatas, gánsteres rusos... la vida misma. Patrick Kenzie y Angie Gennaro son ya matrimonio. Él trabaja para una firma de abogados que no declina la palabra «ética» y que le conmina al larriano «vuelva usted mañana» cuando Patrick les implora que le hagan fijo para tener un seguro médico y vacaciones. Ella ha pedido una excedencia para cuidar de la pequeña Gabrielle y por la noche estudia sociología aplicada. Están al borde de la bancarrota, cuando un fantasma del pasado viene a visitarles... Como la vida misma.

No quería ser un «capullo»

Cuando en casa de Lehane sonaba el teléfono, no sabía si le iban a cortar la luz, el alma o la vida misma... Descendiente de inmigrantes irlandeses, que se instalaron en el alambre (The Wire) de Boston —conserje él y camarera en una cafetería ella—, Dennis regresó del escarnio para triunfar y convertir en oro puro el thriller literario y televisivo. Lehane, el más pequeño de cinco hermanos, aprendió a narrar escuchando la mordacidad de las conversaciones entre negros e irlandeses. «He dado en el blanco», se felicitaba la otra tarde, con deliciosa ironía, mientras caminaba con su dentadura por la colina de la hamburguesa en un hotel literario en este ferragosto.
En ese lado oscuro de la vida, Dennis Lehane tenía un deseo: no convertirse en un «capullo»: «Tener dinero no te da derecho a despreciar a la gente que no lo tiene. O, incluso peor, a juzgarla». Tener o no tener dignidad. Él se siente orgulloso de sus padres; trabajadores honrados de pertenecer a una clase social «en la que asumes una total responsabilidad sobre ti, en donde siempre trabajas el doble de lo que debes, y en la que nunca te pones excusas. Y eso no significa que seas mejor que la gente que tiene menos suerte que tú». ¿Vivimos gobernados por una mesnada de «capullos»? «No creo, porque entonces no nos controlarían», reflexiona mientras fulmina una brocheta de carne con guarnición de arroz. Y entonces emerge Boston, su jungla de asfalto: «El barrio donde yo crecí [el polvorín Dorchester, escenario de Kenzie & Gennaro, y el cóctel on the rocks de soul & irish] ya no existe». ¿Y la novela negra basura? ¿Existe o no? «Sí, desde luego, hay mucha novela negra basura, mala poesía, mala ficción...».
Su oscarizada obra maestra «Mystic River», que el caballero Eastwood —pulir cera, dar cera, ya saben, la vida misma—, transformó en cine en estado de gracia y de emergencia narrativa, nació en las sesiones dobles dedicadas a James Cagney —el enemigo público número uno— que el tío de Dennis le llevaba a ver. Hoy, él no se considera más que «el sabor del mes» del emporio Hollywood: «Mi racha terminará. Tengo la inmensa fortuna de que a mi círculo íntimo, algo muy propio de la gente de Boston, no les importa un pimiento lo que hago. Una noche cené con Clint Eastwood y un amigo íntimo no me preguntó por él, sino si me había gustado el pez espada que nos habían servido». Como la vida misma, cualquier otro día...

No hay comentarios:

Publicar un comentario