La discusión sobre las ciudades ha generado en las últimas dos décadas nuevas conceptualizaciones sobre los cambios permanentes que el capitalismo generó en la mayoría de las urbes del mundo. Hubo categorías establecidas por expertos: John Friedmann las llamó “World cities”; Saskia Sassen y Manuel Castells se refirieron a las metrópolis como “global cities”; y Allen Scott las pensó como “global cities regions”. Sassen ha destacado el papel fundamental de las ciudades en el proceso de la globalización. Para ella las “global cities” son, junto con las empresas multinacionales y los estados nacionales, una de las tres fuerzas que determinan la estructura de la economía mundial y que definen el futuro.
David Kullock, arquitecto, planificador urbano y docente de la UBA es un referente local que ha reflexionado sobre los defectos y virtudes de la ciudad en el contexto global. En este diálogo, Kullock plantea la situación social que atraviesan las metrópolis globales y sostiene que las ciudades no son artefactos aislados; son productos culturales necesariamente vinculados con la condición de riqueza o pobreza de las sociedades que las crean y los países en que se localizan. Y subraya la diferencia que puede surgir de la separación entre ciudades ricas y pobres: “más allá de la relativa divisoria entre países pobres y países ricos, las ciudades reflejan las diferencias que plantean las distintas capacidades económicas de los grupos sociales que la habitan. En este sentido, las ciudades en las que habitan grupos sociales con muy distinta capacidad económica, son las más problemáticas, inseguras y violentas.” Algo notorio en muchos rincones del mundo ha sido la consolidación de guetos que terminaron separando a las clases sociales como en la Edad Media. “La fragmentación espacial en las ciudades es una respuesta primaria y perversa a la fragmentación social de la población que la habita. No soluciona el problema, simplemente lo oculta temporaria e imperfectamente”, señala el, también, director del posgrado de planificación urbana en la UBA. Esto puede continuar en el tiempo “si se siguen imponiendo las tendencias de fuerte heterogeneidad social, la fragmentación espacial, y con ella los guetos. No anhelamos que ello ocurra, pero indudablemente es una alternativa probable.” Hay un lugar común que arriesga que las ciudades padecen de suficientes problemas como para ser un modelo donde vivir y que habría que refundarlas. Kullock defiende el estatus de las ciudades: “Si bien en el campo corremos menos peligros (accidentes de tránsito, por ejemplo), estamos más alejados de los múltiples recursos que la atención sanitaria brinda en las ciudades. Pensemos en las mayores posibilidades de supervivencia ante un accidente cardiovascular que nos brinda la ciudad y no el campo. Por otra parte, no creo que las ciudades (al menos en países como el nuestro) estén sujetas a los colapsos inminentes que nos auguran los sensacionalistas. En el caso de Buenos Aires, un colapso importante fue la situación motivada por el exponencial crecimiento de la ciudad sin el menor resguardo sanitario (último tercio del siglo XIX), que dio lugar a las epidemias de cólera y fiebre amarilla de los años 1867 y 1871 respectivamente. Es evidente que la ciudad sigue siendo preferida por una diversidad de cuestiones que van desde las posibilidades de empleo y supervivencia, hasta las alternativas de interacción personal y social, que la ciudad brinda más que el campo”.
Sin embargo, el especialista hace una salvedad al respecto: “Es relativo que las ciudades tengan ‘mala imagen’; aunque es probable que las grandes ciudades, sí la tengan. Respondernos por qué ello ocurre, requiere diferenciar a quiénes formulan esta opinión negativa. Podríamos sospechar que la ‘mala imagen’, cuando proviene de los propios citadinos, tenga origen, no sólo en las reales deficiencias urbanas, sino también en los crecientes niveles de demandas que la gente formula respecto a la calidad de su hábitat; muchas veces justificadas y muchas veces discutibles. Por otra parte, cuando la ‘mala imagen’ proviene de habitantes de aglomeraciones menores o de medios rurales, puede tener origen en referencias genuinas (tal como: ‘me gusta lo que soy y lo que tengo’) o en rechazo a lo desconocido o, al menos, a lo que no es fácilmente abordable. De todas formas, es burdo pensar que la felicidad sí está en un lado y no en el otro, para todas las personas por igual.” La ciudad de fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI presenta una diversidad de problemas. Para Kullock, los más generalizados y con efectos negativos para todos sus habitantes, son la creciente competencia entre la demanda de espacios públicos para una vida social rica en manifestaciones, por un lado; y la expansión del automóvil, por otro lado. Y, como problemas no generalizables, sino propios de sectores sociales rezagados, aparecen las típicas carencias de niveles básicos de calidad ambiental, tanto a nivel de vivienda, como de infraestructura y equipamiento básicos. “Considero que hay una demanda emergente en nuestras sociedades actuales: la amenidad urbana; cualidad difícil de definir pero un poco más imaginable, si la pensamos en contraposición a tanto suburbio nacido sólo a golpes de demanda de localización.” Y sobre la ciudad futura, augura: “Depende de la evolución de las sociedades que las habiten. Esperemos que, ya pasado el brote disruptivo del modelo neoliberal, se vayan imponiendo modelos que recuperen los principios de la solidaridad social y asuman los de la racionalidad ambiental. Si así fuese, podríamos imaginarnos ciudades más amigables en el futuro. Si así no fuese, persistirían o se agravarían los problemas actuales, más exacerbados por la desigualdad social, y apenas disimulados por la fragmentación espacial”.
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