Había que hablar de la actualidad del tango en la Argentina. Así que el violinista Ramiro Gallo, el cantor Ariel Ardit y el pianista Julián Peralta, todos menores de 45 años, dialogaron ayer con el bandoneonista Raúl Garello, de 75, y la periodista Sandra de la Fuente, en un debate organizado por la Revista Ñ en la sala Julio Cortázar.
La nueva generación, que conformaba el panel, surgió en la década de los noventa. “Ese revivir del tango fue una casi un acto político ante el avance de la globalización. De repente, en el 95 las bandas de rock se habían convertido en un producto de mercado que venía a pegarte con un palo a la cabeza y a no dejarte comunicar”, contó Peralta, y Ardit comentó que esa reaparición del tango fue un lugar de pertenencia en el cual refugiarse “para ser uno mismo”.
Garello, que confesó que hace veinte años le preocupaba ser uno de los últimos bandoneonistas, destacó la dificultad del género para competir con productos culturales que ingresan sponsoreados en el “proceso desigual de globalización”: “Somos un poco La Cenicienta, es muy difícil competir con grupos que tienen todo el aparato publicitario detrás”, dijo. Pero enseguida destiñó de pesimismo su afirmación: “El tango, que ya atraviesa tres siglos, tiene la fuerza en su música y en su mensaje para permanecer en esta selva”.
Otro tema fue el respeto por la tradición tanguera : “Uno cree que la historia está ahí, anquilosada, como un perro malo que vigila desde el pasado, pero la tradición está en constante movimiento; hay que nutrirse en esa historia y luego avanzar en lo propio”, dijo Gallo. Peralta definió la tradición como el contexto, “del que se eligen algunas cosas y otras se desechan”. “Tenemos que hacernos cargo –dijo– de que el tango está sonando y somos nosotros. Y vender eso, no la foto muerta de un tipo con una rosa entre los dientes”.
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