—¿Cómo le explicará a su hijo, nacido de un matrimonio con un ciudadano judío procedente de una familia perseguida por su tío-abuelo, Heinrich Himmler, que éste fue el «asesino del siglo», responsable del exterminio de los judíos europeos y millones de seres humanos más?
—Mi hijo ha aprendido ya mucho sobre historia y sobre el pasado de ambas familias, y no parece que le suponga un problema comprenderlo. Creo que la posición especial que ocupa le permite establecer puentes entre los dos bandos: el de los autores de los crímenes y el de las víctimas.
—Cuando supo que Heinrich Himmler organizó la matanza sistemática de millones de seres humanos durante el Tercer Reich, ¿qué sintió ante esa ignominia?
—De niña, siempre supe que Heinrich había sido un criminal terrible y que yo era su familiar. A los 11 años, en 1978 o 1979, vi la película «Holocausto», y sólo entonces empecé a comprender la dimensión de los asesinatos en masa.
—Para elaborar su libro «Los hermanos Himmler (Historia de una familia alemana)», le ayudaron su marido y sus suegros. Personas azotadas como millones de judíos por el terrible trauma de la abominable matanza de los suyos. ¿Por qué fueron masacrados, asesinados, humillados?
—Los judíos han sido cabezas de turco una y otra vez a lo largo de la historia: en el pasado, el antisemitismo se justificaba de modo religioso; a partir del siglo XIX la argumentación pasó a centrarse en una inferioridad «racial» y «cultural», que justificaría la discriminación. Cuando los nazis llegaron al poder, el antisemitismo estaba muy extendido en la sociedad alemana. Mucha gente no era radicalmente antisemita, pero aceptaban cada vez más las represiones contra los judíos. Probablemente, la propaganda tuvo un papel importante: la matanza no estuvo planeada desde el principio. Pero en cuanto empiezas a describir a alguien como no-humano, como escoria, cualquier radicalización es posible (fíjese en Ruanda).
—¿Qué cree usted que pasó por las cabezas de su tío abuelo y otros prebostes nazis para exterminar a un pueblo como el judío?
—Heinrich Himmler y sus SS no carecían de moral, sabían perfectamente que lo que estaban cometiendo era un crimen, de otro modo no habrían tratado por todos los medios de ocultar los asesinatos en masa. Pero de acuerdo con su pervertida forma de verlo, había que hacerlo. Incluso los niños judíos debían ser eliminados, para evitar futuras venganzas por el asesinato de sus padres. Las SS estaba convencidas de que estaba haciendo ese «trabajo sucio» por el bien de los alemanes y por el futuro de un sólido imperio alemán.
—Según Claude Lanzmann, autor de «Shoah», «el pueblo alemán se adhirió en su conjunto a la solución final. Sólo unos pocos héroes se resistieron, pero pagaron con sus vidas su postura». Michael Wildt, en el epílogo a su obra, sostiene que la «familia Himmler pone de relieve la implicación de los alemanes en el régimen nazi». ¿Qué juicio le merecen las dos afirmaciones anteriores?
—Por lo que respecta a la Resistencia: al principio hubo mucha gente que se enfrentó a los nazis, y la mayoría de ellos —socialistas y comunistas— fueron los primeros en ser llevados a los campos de concentración. Pero hubo muchos más, a menudo desconocidos: gente que ayudó a los judíos y que los escondió, lo cual era muy difícil y peligroso. La mayoría de ellos lo hizo porque era capaz de sentir empatía. Los bien conocidos «héroes de la Resistencia», los militares del 20 de julio, sólo se enfrentaron a Hitler cuando se encontraba a punto de perder la guerra. Hasta entonces, la mayoría de ellos estaba absolutamente de acuerdo con el régimen.
—En la memoria familiar alemana, donde la responsabilidad de la generación de los autores es negada por los nietos, biografías como la suya marcan un punto de inflexión. ¿Se siente orgullosa de su libro?
—Cada vez hay más y más jóvenes que preguntan por el pasado de su familia. No me siento orgullosa de haberlo hecho, simplemente sentí que debía hacerlo. Y la respuesta de la gente en todo el mundo, muchos descendientes de supervivientes y también de los criminales, me muestra que era importante llevarlo a cabo.
—¿Qué sensación han causado sus revelaciones en el resto de la familia Himmler que vive?
—Algunos están más o menos de acuerdo. Otros, no. No se discutió mucho al respecto en la familia. Pero, por supuesto, a Gurun, la hija de Heinrich, no le gusta en absoluto mi libro, ya que sigue siendo una activista de derechas y una defensora de su «buen padre».
—¿Cuál fue la nítida línea que trazó entre «Heinrich el Terrible» Himmler, su tío-abuelo, y «Ernst el Apolítico» Himmler, su abuelo?
—Para mi abuela Paula, los doce años terribles del Tercer Reich fueron también los doce años de su matrimonio con Ernst; desde un punto de vista personal, los más felices de su vida. Más tarde entendió, por supuesto, que también su marido había estado implicado en el engranaje nazi, pero aun así le resultaba muy difícil hablar de ello con mi padre. Éste siempre había temido que su padre pudiera haber estado envuelto en los asesinatos, pero nunca compartió conmigo ese miedo. Yo crecí con la consciencia de que Heinrich fue un criminal y que el resto de la familia no había sido nazi… Hasta el día en que mi padre me pidió que fuera al archivo de Berlín.
—Y ahí descubre, para su desconcierto, que los relatos familiares no corresponden a lo que revelan los documentos. ¿Sintió miedo?
—Durante mi investigación, tuve miedo de lo que podría encontrar. Pero al mismo tiempo tenía la sensación de que la verdad no podía ser peor que saber a medias, o el terror irracional que estaba envenenando nuestra vida. Lo que acabé descubriendo resultó ser bastante malo, pero, de todos modos, saber qué habían hecho y qué no me hizo sentir mejor. Cuando finalmente tienes el coraje suficiente para romper el tabú y empezar a hacer preguntas, sientes alivio, aunque la verdad sea muy dolorosa.
—¿Qué cree usted que llevó a los Himmler, una convencional familia alemana, a tener un papel tan importante en esas atrocidades?
—La mayoría de miembros de la familia Himmler se comportaban igual que la mayoría de familias alemanas: se aprovecharon de los nuevos tiempos y sus posibilidades personales de hacer carrera, y, en sus trabajos, participaron en la denuncia y en la persecución de todos aquellos que no eran considerados miembros del «Volksgemeinschaft» («la comunidad del pueblo alemán»). Como familiares de Heinrich Himmler, disfrutaron de ciertos privilegios, y sacaron partido de su cercanía al poder de muchas formas. El propio Heinrich no parecía ser en absoluto extraordinario o brillante; era un hombre que, en otras circunstancias, habría acabado siendo un sencillo contable. Pero poseía ciertos talentos que no eran útiles únicamente para el régimen, sino también para escalar a una posición tan poderosa como la que alcanzó: su entusiasmo por la ideología, su talento organizativo, su dedicación al deber. Un deber que el creía que llevaba a cabo por todos los alemanes: para librarlos de sus enemigos. Pero además del deber, era también muy consciente del poder, y estaba constantemente incrementándolo.
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