En el centro de Bagdad, una delegación de policía ha sido pintada en dos tonos de morado: lila y uva. El banco central, un edificio formal en muchos países, está envuelto en rayas de un rojo intenso. Muros de protección contra las explosiones y demás retenes de seguridad se destacan por la capa de pintura rosa vivo que a menudo los recubre.
Bagdad ha resistido los embates de la invasión, la ocupación, la guerra sectaria y los bombarderos suicidas. Ahora enfrenta el mal gusto.
Artistas y críticos arquitectónicos iraquíes, que se sobrecogen ante cada nuevo edificio color pastel, culpan a diferentes factores del desliz de Bagdad hacia la fealdad: entre ellos está la corrupción, así como el que los iraquíes estén poco acostumbrados a tener la libertad de escoger el color que quieran.
"Esto sucede porque los iraquíes quieren deshacerse del pasado reciente", opinó Caecilia Pieri, autora de "Bagdad Arts Déco: Arquitecturas en Ladrillo 1920-1950". "Ven los colores como una forma de expresar algo nuevo, pero no saben qué colores utilizar". Y agregó, "es una anarquía de gustos".
Durante décadas, el gobierno de Saddam Hussein rigió la estética con la misma inflexibilidad que ejerció sobre su pueblo. Un comité de artistas, arquitectos y diseñadores aprobaba el color de las construcciones, así como la colocación de plantas. Con sus numerosos edificios en ladrillos beige y un uso escueto de colores, generalmente limitados a las mezquitas, la ciudad ofrecía una apariencia sobria.
Sin embargo, junto con el gobierno de Hussein desapareció el panel tras la invasión estadounidense de 2003.
Unos cuantos años después, cuando la reducción de la violencia permitió que los iraquíes iniciaran la reconstrucción, no había árbitro central. Empezaron a hacer su aparición los colores fuertes.
En un barrio, la ciudad podría centellear como Dubai, en los Emiratos Árabes Unidos, un país rico en crudo que numerosos iraquíes esperan poder imitar. En otros sitios, la apariencia sigue discreta y conforme a la tradición. Pero el reinado del color chillón parece ir ganando terreno.
"Es una vergüenza", declaró Qasim Sabti, uno de los artistas más célebres de Irak. "La ciudad jamás había lucido tan fea".
Los funcionarios del gobierno indican no disponer de leyes suficientemente severas para regir la apariencia de Bagdad, como lo hacía Hussein. También alegan que muchos jefes de dependencias públicas con créditos destinados a las renovaciones emplean a los contratistas más baratos y se embolsan sobornos y los fondos sobrantes.
Najem al-Kinany, funcionario encargado de diseño en el Ayuntamiento de Bagdad, formó hace un año un comité de gusto público tras recibir un alud de quejas relativas a la apariencia de la ciudad.
Sabti y Mowaffaq al-Taey, quien diseñó numerosos edificios para Hussein, culpan de la decadencia en el buen gusto al hecho de que muchos iraquíes quienes apreciaban el arte tuvieron los recursos económicos suficientes como para huir del país.
"Se ha dejado de cuidar la apariencia de la ciudad porque la gente que ha llegado al poder vivía en aldeas con animales. Entonces, ¿cómo desarrollaron su gusto?", preguntó Sabti. "Saddam también era aldeano, pero era suficientemente inteligente para apoyarse en gente capaz y profesional que entendía el arte".
Para Taey, la principal esperanza de atenuar los llamativos edificios puede proceder de las tormentas de arena.
"Al menos reducirá el mal gusto, y tal vez se trate de un regalo divino para corregir nuestros errores", agregó.
Bagdad ha resistido los embates de la invasión, la ocupación, la guerra sectaria y los bombarderos suicidas. Ahora enfrenta el mal gusto.
Artistas y críticos arquitectónicos iraquíes, que se sobrecogen ante cada nuevo edificio color pastel, culpan a diferentes factores del desliz de Bagdad hacia la fealdad: entre ellos está la corrupción, así como el que los iraquíes estén poco acostumbrados a tener la libertad de escoger el color que quieran.
"Esto sucede porque los iraquíes quieren deshacerse del pasado reciente", opinó Caecilia Pieri, autora de "Bagdad Arts Déco: Arquitecturas en Ladrillo 1920-1950". "Ven los colores como una forma de expresar algo nuevo, pero no saben qué colores utilizar". Y agregó, "es una anarquía de gustos".
Durante décadas, el gobierno de Saddam Hussein rigió la estética con la misma inflexibilidad que ejerció sobre su pueblo. Un comité de artistas, arquitectos y diseñadores aprobaba el color de las construcciones, así como la colocación de plantas. Con sus numerosos edificios en ladrillos beige y un uso escueto de colores, generalmente limitados a las mezquitas, la ciudad ofrecía una apariencia sobria.
Sin embargo, junto con el gobierno de Hussein desapareció el panel tras la invasión estadounidense de 2003.
Unos cuantos años después, cuando la reducción de la violencia permitió que los iraquíes iniciaran la reconstrucción, no había árbitro central. Empezaron a hacer su aparición los colores fuertes.
En un barrio, la ciudad podría centellear como Dubai, en los Emiratos Árabes Unidos, un país rico en crudo que numerosos iraquíes esperan poder imitar. En otros sitios, la apariencia sigue discreta y conforme a la tradición. Pero el reinado del color chillón parece ir ganando terreno.
"Es una vergüenza", declaró Qasim Sabti, uno de los artistas más célebres de Irak. "La ciudad jamás había lucido tan fea".
Los funcionarios del gobierno indican no disponer de leyes suficientemente severas para regir la apariencia de Bagdad, como lo hacía Hussein. También alegan que muchos jefes de dependencias públicas con créditos destinados a las renovaciones emplean a los contratistas más baratos y se embolsan sobornos y los fondos sobrantes.
Najem al-Kinany, funcionario encargado de diseño en el Ayuntamiento de Bagdad, formó hace un año un comité de gusto público tras recibir un alud de quejas relativas a la apariencia de la ciudad.
Sabti y Mowaffaq al-Taey, quien diseñó numerosos edificios para Hussein, culpan de la decadencia en el buen gusto al hecho de que muchos iraquíes quienes apreciaban el arte tuvieron los recursos económicos suficientes como para huir del país.
"Se ha dejado de cuidar la apariencia de la ciudad porque la gente que ha llegado al poder vivía en aldeas con animales. Entonces, ¿cómo desarrollaron su gusto?", preguntó Sabti. "Saddam también era aldeano, pero era suficientemente inteligente para apoyarse en gente capaz y profesional que entendía el arte".
Para Taey, la principal esperanza de atenuar los llamativos edificios puede proceder de las tormentas de arena.
"Al menos reducirá el mal gusto, y tal vez se trate de un regalo divino para corregir nuestros errores", agregó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario