La guerra también destruye a los poetas, pero una novela puede ponerlos de nuevo en pie. Tal es el empeño de Justo Navarro en El espía(Anagrama), que rescata una de las historias más enigmáticas de la Segunda Guerra Mundial: la traición de Ezra Pound a EE.UU., su simpatía por el fascismo de Mussolini, su propaganda antiamericana desde Roma y también su detención, su crisis nerviosa tras pasar semanas en una jaula a la intemperie como preso peligroso y su posterior confinamiento en un hospital psiquiátrico... Episodios conocidos que hoy cobran nueva luz al ponerlos en relación con uno de los fundadores de la CIA. ¿Fue Pound un agente doble? Los espías están de actualidad. Y esta es una novela basada en los hechos reales de la historia.
Pound no era cualquier poeta, ni la suya fue cualquier destrucción. Promotor de las vanguardias, mentor de James Joyce o T. S. Eliot (il miglior fabbro de La tierra baldía),Pound es uno de los fundadores de la poesía moderna. Pero su traición fue la más notoria de su tiempo, radiada semanalmente con mensajes desmoralizadores a sus compatriotas que debían haberle valido directamente la horca.
Un Gran Jurado le procesaba, el FBI le buscaba por tierra, mar y aire cuando los aliados entraron en Italia. Sin embargo, no llegó a ser juzgado ni condenado tan severamente. Y tras su internamiento en el hospital de St. Elisabeth, recibió el máximo reconocimiento de la Biblioteca del Congreso. Curioso trato para el traidor.
Mensajes cifrados en radio
Justo Navarro explica a ABC el magnetismo de esta historia: «Pound será siempre un enigma porque es difícil entender cómo un hombre tan cordial, generoso y dispuesto al conocimiento, que nunca obedeció a prejuicios económicos, raciales o religiosos para elegir a sus amistades, se exhibiera en la radio como un antisemita fanático que consideraba a las personas de religión judía, entre las que tenía buenos amigos, la raíz de la Guerra Mundial y de los males de la humanidad. Así que cuando me enteré de que algunos funcionarios de la Italia fascista sospecharon que Pound utilizaba sus discursos radiofónicos para enviar mensajes cifrados al enemigo, a los aliados, no me pareció un disparate».
La clave de esta vibrante narración está en uno de los fundadores de la CIA, James J. Angleton. Genio de la contrainteligencia, llegó a Italia en mitad de la invasión aliada y tomó los mandos en medio de un caos de agentes dobles y triples atrapados mientras los frentes se deslizaban por el mapa. Como estudiante y joven poeta, Angleton había conocido y admirado a Pound, y ese nexo, según la documentadísima novela de Navarro, pudo valerle para reclutar al notorio traidor bajo el peso de su propia culpa.
La literatura linda con el espionaje muy a menudo y son muchos los espías que viven para contarla como escritores. Pero ¿son los escritores buenos espías? «El genio del espionaje Angleton dijo que el contraespionaje es uso de la irrealidad y la fabulación con fines prácticos, para producir efectos reales. Eso es lo que hace la literatura. Quizá por eso sea tan larga la nómina de escritores espías», afirma Navarro.
El narrador granadino señala que todo está lleno de dobleces y es digno de análisis, porque «sus discursos a favor de Mussolini y Hitler beneficiaban a la causa aliada en cuanto que probaban la perversidad del nazifascismo. Y hay otro problema moral, suponiendo que Pound fuera un agente doble: ¿Es legítimo, para favorecer al mejor bando, difundir consignas criminales?» Buena pregunta.
La guerra le rodeaba como una noche total. Encerrado en una jaula a la intemperie tras ser interrogado, miraba al cielo y pensaba «O moon, my pin-up». Allí, con un desencuadernado libro de Confucio y una semilla de eucalipto como talismán, amasaba fragmentos de lo que oía y recordaba para crear sus Cantos, en una estructura de mensajes cortos y cruzados que hoy, en la era de las pantallas, nos parece rabiosamente actual, según destaca Navarro. Miraba en derredor «como una hormiga solitaria de un hormigero/ destruido /de las ruinas de Europa, ego scriptor» (Canto 76) o se acordaba del Museo del Prado y el pan que había comido en España. Y del pan iba al amor: «Oh golondrina petiblanca, ¡carajo!/ como nadie más podrá llevar un mensaje,/ dile a La Cara: amo».
Fragmentos de los Cantos, o Cantares Pisanos, tiñen esta ficción creíble sobre aquellos sucesos. Además es una novela trepidante servida con algunas gotas de material autobiográfico. Por algo Pound dejó allí escrito en un poema: «Amo ergo sum, y justamente en esa proporción»
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