Revista Ñ.
Historia y literatura han estado siempre entrelazadas en las novelas y relatos de Andrés Rivera (1928). “La historia la escriben los vencedores, es la literatura la que cuenta la verdad”, dijo Rivera en una entrevista, hace más de quince años.
Una lectura de la historia (1982), Nada que perder (1982), La revolución es un sueño eterno (1987) y El amigo de Baudelaire (1991) son algunos de las más destacados entre sus casi treinta libros.
Porteño de Villa Crespo, Rivera (su verdadero nombre es Marcos Ribak) fue obrero textil, militante comunista, periodista. En 1992 recibió el Premio Nacional de Literatura. Acaba de publicar Kadish (oración fúnebre que pronuncian los judíos) una nouvelle que hilvana momentos de la vida de su protagonista, Arturo Reedson, que son también momentos de una generación y de buena parte de la historia argentina del siglo XX: las luchas sindicales, el ascenso de Perón, el Cordobazo, la dictadura militar y el presente. Escenas personales se mezclan con citas diversas extraídas de diarios y de libros, con reflexiones sobre el sentido de la historia y la literatura. El relato se arma como un caleidoscopio.
La confluencia de la oración fúnebre con esa suerte de resumen de vida que es el libro hace pensar que “Kadish” es como una despedida suya de la literatura….
Contesto con Borges: “yo ya no leo, releo”. Y finalmente, lo que uno hace es reescribir. Son muchos años de oficio, los míos; ahora escribo solamente aquello que considero esencial.
¿Cuáles fueron sus compañeros de ruta en la actividad literaria? ¿Qué entiende usted por compañeros de ruta? Escritores que han tenido una idea similar de lo que es la literatura.
Sobre mí hubo solo dos influencias que no se han borrado: William Faulkner y Ernest Hemingway.
La preguntaba apuntaba más a los argentinos.
Los escritores argentinos padecemos el olvido. Acá hubo un escritor notable que se llamó Enrique Wernicke, y hoy es un desconocido para las nuevas generaciones de escritores. O Bernardo Verbitsky, padre del conocido periodista. A él le llegó mi primer libro, El Precio . Me repitió, como si lo escuchara a Wernicke: “este libro está muy mal escrito, pero siga”. Una enseñanza.
¿Por qué estaba mal escrito? Mucha hojarasca.
Kadish es la ausencia del exceso.
¿A qué atribuye el olvido de Wernicke, de Verbitsky? En América latina hay una tendencia a olvidar, más allá de la política de cada gobierno. ¿Por qué no leo alguna mención a Pablo Neruda en Chile? ¿Por qué solo ocasionalmente se menciona a Juan Rulfo en México? O más lejos: ¿qué pasa con un escritor como Tolstoi, no solo en Rusia, sino en Europa? ¿Quiénes son sus herederos? ¿Quiénes prolongan su escritura? ¿No pueden las generaciones siguientes haber roto con ellos? Es difícil romper con Tolstoi.
Y los cambios políticos, ¿modificaron su escritura? Con mucha intensidad, pero no puedo decir hasta qué punto.
¿”Kadish” no es también una oración fúnebre por la literatura comprometida? Yo creo que no...
¿Dónde está hoy la literatura comprometida? Vuelvo a decirle: yo ya no leo.
¿En qué piensa cuando no está ocupado en tareas cotidianas? Tengo años suficientes como para tratar de revisar mi pasado y mi presente, y no me siento satisfecho.
¿Por qué? Estoy acá, tengo este departamento y un buen pasar, por el Premio Nacional. Y eso es todo. Después, leo los diarios, que me proporcionan una visión del mundo que me rodea, y elementos para mis divagaciones acerca de este mundo. Salgo a la calle, hago las compras para mi mantenimiento y vuelvo acá. Y lo único que escucho en la calle son menciones que rozan permanentemente la cuestión del dinero. Desde “qué lindo auto, ¿hace mucho que lo compraste?”, a los carteles de la carnicería con sus grandes ofertas: “¡tenemos lomo!” ¿Y de qué debería estar hablando la gente? Lo que quiero decir que hay una suerte de gran conformismo con el mundo en que se vive. No soy yo el que puede imponer algo. No tengo poder alguno. Hay pocos nombres que pueden imponer algo. Cervantes, por ejemplo: la expresión “¡esa quijotada!”. Es suficiente. Ya está en la tradición oral de generaciones de seres humanos.
¿Usted aspira a escribir una literatura que se imponga? Por supuesto.
¿Y qué querría imponer? Que hoy tuviéramos hombres y mujeres que fueran como Castelli, el orador de la revolución. Difícil, en un país que tiene en los billetes de $20 la figura de Rosas, el creador del primer grupo de tareas de nuestra historia, la mazorca.
¿Por qué dice que no lee nada de lo que se escribe hoy? Porque las reseñas que se publican en los diarios, a alguien que tiene los años de lecturas y relecturas que tengo yo, no lo tientan. Estoy a la espera de una buena novela policial.
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