"Pensé en pedir un whisky para crear expectativas". Irónico, Ricardo Piglia (Adrogué, Buenos Aires, 1940) conoce esta sección y el efecto de ver a un escritor bebiendo a las diez de la mañana. No pasa de la ironía. Cuenta que todos los días escribe hasta las dos. Luego se va a un bar. "Es como el living de mi casa", dice. Eso en Buenos Aires. En Princeton, donde enseña literatura, "es más difícil", aunque "en Estados Unidos crece la cultura del café". Piglia fue compañero de Antonio Calvo, el profesor que se suicidó tras ser despedido, y es muy crítico con su Universidad: "Por un lado, te despiden y no tienes un sindicato al que acudir, todo se vuelve privado. Por otro, todo está judicializado, y esa anomalía interviene cada vez más en el debate intelectual. Habrá que ir a clase con un abogado".Autor de clásicos como Respiración artificial oPlata quemada, el novelista participa mañana a las once en un coloquio organizado por este periódico en la feria del libro de Madrid. EnBabelia, el suplemento cultural, publica regularmente fragmentos del diario que lleva desde la adolescencia, una obra que se había convertido en un mito. "Decidí publicarlo", cuenta, "para romper con esa idea de que había un secreto". Piglia ha venido también a España para hablar sobre Borges en la Casa de América cuando se cumplen 25 años de su muerte: "Al morir Henry James, Ezra Pound dijo: 'Murió el que sabía lo que era la literatura'. Esa sensación tuvimos nosotros". También subraya lo que Borges tuvo de modelo -subió el nivel de exigencia- y de lastre: "Como todos los estilos únicos, el suyo es fácil de plagiar". Por otro lado, le sorprende que se haya convertido en un icono de la cultura de masas, "aunque sabemos que la masa admira lo que no se le parece".El premio Rómulo Gallegos critica los gestos deliberados de ser contemporáneo
"Es falso que los buenos escritores gusten a todo el mundo. Algunos necesitan adhesión previa". Lo dice pensando en autores como Roberto Arlt, Antonio Di Benedetto o Juan José Saer. Todos muertos. Como Sabato, fallecido el mes pasado: "Era una persona bastante desagradable, muy oportunista. Fuimos un poco injustos con él. Sobre héroes y tumbas es extraordinaria si uno la lee como lo que es, un melodrama gótico, no una novela intelectual". Así las cosas, ¿no teme que le caiga el título del gran narrador argentino vivo? Lo es, pero no se deja: "Ya pasó esa época". Tampoco hay peligro de que lo nombren embajador pese a que maneja el cruasán con artes de diplomático. "Declararía cada guerra...", ríe. Por lo pronto, su novela Blanco nocturno (Anagrama), premio de la Crítica española, acaba de ganar el Rómulo Gallegos, el más prestigioso de América Latina y con una nómina en la que figuran García Márquez, Vargas Llosa y Roberto Bolaño. Piglia está contento porque, subraya, es "importante que Latinoamérica conserve ciertas formas de legitimidad, que no todo circule vía Madrid o Barcelona".
Según el escritor, ya pasó el tiempo en el que era obligatorio ejercer de latinoamericano: "Querían color local, que es como algunos llaman a la pobreza. Tenías que sentirte ligado a autores a los que uno leía con interés pero cuya poética no compartía". El realismo mágico, para entendernos. Tampoco le convence la ley del péndulo: "Ahora se da el gesto deliberado de ser contemporáneo, pones un nazi en una novela y ya pareces cosmopolita". O un whisky.
No hay comentarios:
Publicar un comentario