Un debate sobre el Canon Digital, la manera que encontró España de encorsetar el asunto de los derechos de autor en la era de Internet, encontró a Xavier Marcé en la postura del moderado. Licenciado en Economía, con estudios en Derecho y Educación, Marcé fue director cultural de Barcelona y llegó a Buenos Aires invitado por elMICA. Ante un auditorio con diversas posiciones, tomó el micrófono y dio por tierra con el mito del artista empobrecido: “La música hace cada vez más dinero”, aseguró, porque Internet amplía el mercado: “ya no son cientos o miles sino millones los potenciales clientes”. Pero a su vez –remarca– la idea de creador se “difumina”.
El panorama actual requiere una reconceptualización, es decir, repensar las categorías que hasta ahora utilizamos. “¿Por qué cuando manejas un iPad no tienes resistencia a pagar por un contenido y sí en la PC? Porque Apple está concebida como una tienda. Pero también hay espacios públicos en Internet”, describió su ejemplo más gráfico sobre la circulación de la cultura en estos tiempos. Terminado el debate –que vivió momentos de real tensión–, retomó alguno de sus conceptos en esta entrevista.
En todos los debates sobre derechos de autor, la primera coincidencia es que hay un problema. ¿Cuál es el problema?
No es un problema. En cualquier caso hay unos frentes mediáticos que lo han problematizado y lo han convertido en una cierta presunción de delincuencia. Y es cierto que hay una parte del negocio de Internet que se hace sobre la base de aprovechar los agujeros legales y en consecuencia traficar con contenidos que son objetos legítimos de autor. Yo creo que ese es un debate, pero lo que no puede es esconder otro debate más interesante y más vigente: qué significa hoy en día la red. Y qué aporta desde el punto de vista de algunos de los objetivos que durante 200 años ha perseguido la sociedad de bienestar, que es la accesibilidad, el progreso cultural, la socialización de los conocimientos, etc.
¿Por dónde vendría la solución?
Hay que encontrar una solución que permita administrar estas ideas. Una: favorecer, mantener y considerar como un gran bien común el que Internet nos permite acceder a un conocimiento que antes era absolutamente clasista; y, por otro lado, hay que encontrar la solución para que los contenidos puedan navegar por la red y sean objeto de un tráfico legítimo.
¿Y cómo se llega a eso?
Para mí eso significa reconceptualizar qué significa la red, qué parte tiene de espacio de tienda y qué parte tiene de espacio cívico, de centro cívico, de gran ágora virtual. Las sociedades de gestión colectiva y, en general, los medios de comunicación, han apostado a un planteo más economicista y a un trato jurídico antes que a un planteamiento más epistemológico, conceptual o filosófico. Es un debate que debería reequilibrarse justo en la misma dimensión en la que debe haber pasado históricamente con la imprenta. Es un cambio de concepto, un cambio de sociedad, un cambio de modelo. El mundo no va a ser igual antes y después del tránsito digital y de Internet. Pasa que su impacto se va a medir en una generación, y estamos justamente en medio de este proceso.
¿Cuáles serían estos espacios cívicos de Internet?
Hoy en día todos somos verdaderamente conscientes de que la capacidad de convocatoria e impacto social que ha podido tener la red en temas tan candentes como las revoluciones en el norte de África, o lo que está sucediendo ahora en España con los indignados, tiene mucho que ver con ese espacio de convocatoria, de debate, lo que yo llamo cívico, que significa la red. Esto no hubiera sido posible hace 30 años.
Y no es únicamente un mensaje político, es también una transformación, una socialización del conocimiento, de la información y, al final, muchos de los elementos que la configuran están en términos analógicos conceptualizados como sujetos de derecho. Entonces, ¿cuál es la frontera entre el dominio público y el derecho de un autor a que aquello que ha aportado al conocimiento sea analizado estrictamente en términos comerciales? Esa frontera es muy difusa y deberíamos ser capaces de construirla correctamente. Una vez construida, será mucho más fácil encontrar los apoyos sociales que permitan establecer: “usted es un delincuente, usted no lo es”.
¿Y qué hacemos hasta que esté construida esta frontera?
A un joven de 14 ó 18 años, en plena crisis, que no tiene acceso al trabajo y al que todo le cuesta muchísimo, explícale tú de alguna manera plausible que bajarse música o cine es un delito. Esto es absolutamente contra el sentido común. Bueno, probablemente, si yo fuera capaz de establecer esas fronteras, habría tiendas que venderían las películas o abonarían a la gente por un euro a la semana y bajarían películas bien. Se podría hacer negocio, sí, porque Internet permite acceder a millones de personas y no solamente a cientos o a miles.
¿A qué se refiere con una nueva creatividad que prospera en Internet?
Hasta la llegada de eso que llamamos industrias culturales, la creación formaba parte de un canon con elementos de prescripción muy claros. La televisión en primer lugar y después Internet, por supuesto, crean una fenomenología del éxito que a veces tiene poco que ver con la calidad o incluso con el acto puramente creativo. Hoy en día podemos llamar obra de teatro a cosas que probablemente hace 20 años nadie hubiese calificado como tal, incluso música. Yo me compro un kit casero en El Corte inglés y ya soy un autor musical.
Las discográficas han perdido parte de su importancia porque ese papel de productores, de transformadores de sonido, lo han perdido: ahora se dedican a planchar discos y vendérselos al mismo grupo para que los vendan en los directos; y la diferencia que hay entre el master, la maqueta y lo que edito a veces es inexistente. Todo eso también debería ayudarnos a poner en cuestión algo muy importante: cuando yo remunero a un autor, ¿qué estoy remunerando? ¿Un derecho comercial o estoy remunerando una creación real? Eso también significa clarificar qué parte de estos derechos van a los autores de la obra original, a los editores, a los intermediarios… En ese terreno están jugando muchos más elementos de los que a veces salen en el debate simple de los derechos de autor.
En Argentina hay un caso en que son los editores los que reclaman…
Claro, porque cuando hablamos de canal digital, por ejemplo, estamos hablando de cómo se cobra pero no siempre explicamos quién lo recibe: qué parte va a los editores, qué parte a los autores, a los exhibidores, etc., etc. Bueno, a los exhibidores no pero podría ser en otras circunstancias… O va a terminar siendo. Esta es una de las paradojas más divertidas: en el mundo del cine los exhibidores están perdiendo mucha cuota de mercado pero, en cambio, siguen siendo centrales para poner en valor una película. Es decir, la televisión paga nada más por una película que ha tenido éxito. Aunque vaya menos gente al cine –cine pagando la entrada, en la pantalla grande– su papel en la cadena de valor sigue siendo muy importante. Llegará un día en que esta gente diga: “oigan, yo estoy perdiendo cuota de mercado, pero como participó en la creación de valor quiero que me paguen un porcentaje de los derechos”. Ese debate lo veremos en el futuro. Estamos muy mal armados para resolverlo: "éste" es el problema.
Básico
Xavier Marcé Carol es de nacionalidad española. Licenciado en Ciencias económicas, estudios de Derecho y ciencias de la educación. Es vicepresidente de la empresa Focus (España), se ha desempeñado como Director Cultural del Instituto Catalan de la Industrias Culturales, también se desempeño como Director de Acción Cultural del Instituto de Cultura de Barcelona. Ha sido autor de libros como “El perfil profesional del gestor cultural en España (1994)” y “El exhibicionismo del mecenas”. Se ha destacado como columnista de las revistas, cultural Benzina- Barcelona- y el mundo del espectáculo teatral- Madrid-. Profesor en diversos masters y post-grados de gestión cultural en España, Italia y Latinoamérica, en la actualidad es Profesor de la asignatura “Industrias Culturales” en la Universidad Pompeu Fabra.
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