A Javier Lostalé siempre le pilla uno con las botas del periodismo y la poesía bien puestas y calzadas. Jubilado tras casi cuarenta años de trabajo en Radio Nacional, fue presentador de ese programa rompedor que es «El Ojo Crítico», codirector junto a Ignacio Elguero de esa atalaya poético-radiofónica que es «La estación azul», Premio Ondas, Premio Nacional al Fomento de la Lectura, a Javier, entre verso y verso, todavía se lo puede uno encontrar en cualquier presentación, rueda de Prensa, recital... porque el periodismo cultural sigue bullendo en sus venas. Es un referente, un maestro, y sí, es cierto, posee el don de la ubicuidad: está en todas partes. En su nuevo libro, «Tormenta transparente» (Ed. Calambur, 2ª edición), reflexiona sobre el amor, su pérdida, si imposibilidad, sus gozos y sus sombras.
—¿El amor, aquel que en la juventud fue tormenta, chaparrón, se diluye con el tiempo en apenas una llovizna?
—La tormenta va tornándose cada vez más transparencia, quietud que no deja de arder. Suceden muchas cosas entre los amantes, sucede el tiempo, pero quienes hicieron de éste la estación iluminada del corazón siempre están al principio, allí donde suena la palabra primera. Quien ama, canta pleno en lo amado.
—Parece que todo cambia, todo muta, modos, modas, tecnologías, pero la poesía sigue en el eje de las preocupaciones humanas...el amor, la soledad, la pérdida, el tiempo...
—La poesía sigue siendo la forma más exacta y abarcadora en toda su complejidad de nombrar lo esencial humano. La poesía es un modo de vencer al tiempo y una aurora para el lector. No es ajeno el poeta al momento histórico que le ha tocado vivir, pero transforma la gesta en memoria íntima, la tragedia en herida de cada uno y en cicatriz.
—¿El tiempo acaba convirtiéndolo todo en ruinas... en aquel lejano esplendor en la yerba de Wordsworth?
—En las ruinas aún crecen rosas, en lo que el tiempo devasta permanecen respiraciones, y su oxígeno, aunque doloroso, nos mantiene vivos. Somos mendigos de nuestras propias pérdidas, y en lo más despojado sigue amaneciendo cada día. Además contamos con la capacidad resucitadora de la memoria y hay siempre un último espacio de intimidad del ser humano al que no llega la hoz del tiempo. Incluso más allá de la muerte, lo percibo, algo de nosotros aún canta. ¿La inmortalidad? No lo sé.
Lostalé se siente «cada vez más cerca de lo que se puede considerar una metafísica lírica o pensamiento encarnado, sin minusvalorar la potencia de los símbolos y de las imágenes, ni evitar el deslumbramiento de la belleza». Hora es de que certifique este caminar.
—¿Cuál cree que ha sido el norte de su búsqueda poética, qué es lo que siempre estaba en su horizonte?
—Creo que los pilares del humilde edificio de mi obra poética han sido el amor y el deseo. En cuanto al lenguaje empleado, sin perder, creo, sensorialidad, ni abandonar las imágenes, se ha ido despojando, haciéndose cada vez más esencial. Sin olvidar, como creo, que la verdad de un poema se mide por la emoción que produce en el lector.
—Hemos llegado, pues inevitablemente, al momento de toparse con la red y las nuevas, novísimas tecnologías. Su nombre aparece asociado a 18.000 resultado de búsqueda en Google. ¿Le emociona, le desconcierta, le asusta, le llena de esperanza?
—El saberme dentro del corazón virtual de la red me emociona más bien poco. Prefiero, aunque sea también sin rostro, imaginarme dialogando en silencio con un lector que tiene en sus manos un poemario mío. Con esto no quiero poner en duda la utilidad máxima de Internet, su contribución a la información cultural (con todas las reservas) y a la difusión de la obra artística, pero el desarrollo de la cultura tiene otras vías más profundas, aunque no sea ajena a cualquier innovación. Prefiero mirar más los ojos asombrados y cálidos de un joven lector perdido entre montañas que la pantalla del ordenador.
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