Gustavo Adolfo Bécquer tenía finalmente razón: la poesía es palabra y la palabra es mujer. Lo pensaban así los vedas y lo saben todos los poetas de hoy y los que pisaron esta tierra de 50 siglos a esta parte. “Word” no tiene sexo. Por eso, y por tantas otras cosas, soy feliz de haber nacido en castellano.
El poeta desnuda la ambigüedad de la razón. Escribe a la intemperie de sí mismo y nada más lo abriga. El techo que no tiene es infinito
La poesía se levanta contra el empobrecimiento espiritual. La poesía es resistencia no más porque existe
¿Qué ha pasado en la poesía mundial en los últimos 20 años, los que Babelia cumple con vigor juvenil? Pues nada distinto a lo de siempre: el amor, el dolor, la infancia, el mar, la muerte, la memoria y el olvido, el paisaje, un río cualquiera, crean en el poeta la necesidad de internarse en sí mismo para entender cosas del sí asombrado por tanta belleza abandonada, como pregunta sin respuesta. El poeta no da respuestas. Hasta el fin de sus días interroga lo invisible de la realidad, que no le da respuestas.
Vuelvo a los vedas. Dijeron que la Palabra embarazó a Prajapati, el dios cosmogónico, quien así pudo dar a luz a todos los dioses. Fue el primer varón fecundado por una mujer. Esos dioses querían domeñarla mediante sacrificios, reducirla a una ofrenda que les estaba destinada. Pero Ella es huidiza, viene cuando quiere, se va cuando quiere y deja al poeta como un papel vacío. Esperarla se parece a un vino flaquito.
El gran Basho advirtió a los poetas que no deben imitar a los antiguos, sino buscar lo mismo que ellos buscaron. Trescientos años después, Ezra Pound repitió de otro modo la advertencia: hay que volver nuevo lo viejo. El otoño cambia con el tiempo en ojos nuevos que le encuentran nombres no descubiertos antes. ¿El ser humano es un paisaje con lugares todavía a descubrir? ¿Por eso la Palabra es esquiva, no se dejará apresar hasta que nos sepamos?
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