La intertextualidad literaria, es decir, la intercalación de textos de otros autores en el propio, es frecuente y nada novedosa. La practicaban los poetas hebreos del siglo XIII agrupados en la escuela del Al-Andalus. Dunah ben Labrat, fundador de la escuela; Menajem ibn Saruk, su colérico rival, y otros colegas desarrollaron una técnica precursora: la inserción en sus poemas de textos bíblicos, desde una frase breve hasta un versículo entero, entretejidos hábilmente en la materialidad del poema. La cita bíblica podía ser literal, ligeramente alterada o elíptica, y creaba una vasta gama de efectos de significado que a veces contradecían el sentido del original: en los poemas de Al-Harizi el efecto es declaradamente cómico. No faltó quien escribiera poemas enteros con la sola articulación de citas de la Biblia y, en ese caso, su acumulación y las alusiones dejan de ser efecto para convertirse en otro texto, transformado por su intención metafórica. Tal práctica es menos frecuente en la escritura musical y en este campo sobresale la obra del estadounidense Charles Ives (1874-1954), autor de la primera composición politonal que se conoce (“Variaciones sobre América”, 1891).
Su destino fue curioso. A los 12 años era organista de una iglesia de su Danbury natal y a los 14 la banda del pueblo ejecutaba su primera creación. Concretó casi todas sus obras antes de 1915, algunas se estrenaron a 40 o 50 años de su composición: su Tercera Sinfonía, escrita en 1904-1911, sólo fue conocida en 1947, la Segunda (1897-1902) llegó al público completa medio siglo después. En el ínterin Charles Ives fundó y dirigió una exitosa compañía de seguros y en 1930 la diabetes crónica y un temblor de manos permanente lo retiraron de los negocios y la música. La fama lo alcanzó en los últimos años de vida.
A lo largo de toda su carrera, Ives incorporó en la propia la música de otros compositores, y también melodías de himnos, canciones patrióticas, marchas, toques de clarín, ritmos de tambor, canciones populares conocidas. El agudo crítico musical J. Peter Burkholder señaló que esos préstamos están presentes en más de un tercio de la creación de Ives. Eran algo más que préstamos o citas. Su sobrino Chester reveló alguna vez que una noche, conversando sobre Beethoven, le dijo al tío que sentía que estaba haciendo lo que el genial músico alemán haría si estuviera vivo. La respuesta de Ives descubre la raíz de su intertextualidad: “Siento lo mismo, tengo una suerte de espíritu continuador”. Pero la tradición alimentaba en él renovaciones y audacias constantes.
En los años ‘60 se fue construyendo el mito de un Ives nacionalista y pionero radical, libre de toda influencia procedente del otro lado del Atlántico. “Tenemos (los estadounidenses) música que no depende de la historia musical europea, Ives parece haberla iniciado”, decía John Cage en 1968. Y Eric Salzman un año antes: “Ives es el primer compositor occidental importante que en esencia se mantiene al margen de las corrientes dominantes de la cultura europea”. En 1974, centenario de su nacimiento, comenzaron a aparecer libros que contradecían esas afirmaciones. H. Wiley Hitchcock señala en “Ives” (1977) que la Primera Sinfonía del compositor muestra “a la vez una influencia y un dominio de los ciclos sinfónicos de Brahms y Dvorak”. Burkholder analizó la Segunda Sinfonía y precisó sus modelos: Brahms en el diseño temático, Bach y Dvorak en el contrapunto, Tchaikovski en la forma “y los cuatro, más Wagner, en la textura, la retórica y el desarrollo de los motivos”. El autor de “All Made of Tunes” agrega que esta utilización por Ives de música ya escrita se ha considerado ejemplo de una técnica simple livianamente llamada “cita”, pero advierte que “la ‘cita’ no es una técnica en modo alguno, sino el resultado de diferentes maneras de basar una composición nueva en otra u otras existentes”. Ives lo hizo con variaciones, paráfrasis, improvisaciones, transcripciones, acumulación demúsicas de fondo, collages. Y quién sabe si corresponde calificar eso de influencias. Parafraseando a Roland Barthes, podría decirse que la música –como la literatura– transmite lenguajes, “es decir, formas que se pueden llenar diferentemente; por eso la noción de circulación me parece más justa que la de influencia”.
La obra de Ives es innovadora y compleja. En el segundo movimiento de “Una sinfonía de Nueva Inglaterra” (1903-1914) crea el efecto de dos bandas de música que se acercan, se cruzan y se alejan tocando cada una melodías distintas en claves y ritmos diferentes. Ives incorporó elementos de la cultura vernácula, como en su Segunda sonata para piano: sus cuatro partes llevan como título el nombre de pensadores y escritores trascendentalistas de Nueva Inglaterra –Emerson, Hawthorne, los Alcott, Thoreau–, pero la composición pasa de lo idílico a lo disonante. Esas intersecciones y contrastes hablan de un hombre para quien –según dijo– todo ruido era música. Y que volvía “nuevo lo viejo”, como exigió del arte Ezra Pound.
Su destino fue curioso. A los 12 años era organista de una iglesia de su Danbury natal y a los 14 la banda del pueblo ejecutaba su primera creación. Concretó casi todas sus obras antes de 1915, algunas se estrenaron a 40 o 50 años de su composición: su Tercera Sinfonía, escrita en 1904-1911, sólo fue conocida en 1947, la Segunda (1897-1902) llegó al público completa medio siglo después. En el ínterin Charles Ives fundó y dirigió una exitosa compañía de seguros y en 1930 la diabetes crónica y un temblor de manos permanente lo retiraron de los negocios y la música. La fama lo alcanzó en los últimos años de vida.
A lo largo de toda su carrera, Ives incorporó en la propia la música de otros compositores, y también melodías de himnos, canciones patrióticas, marchas, toques de clarín, ritmos de tambor, canciones populares conocidas. El agudo crítico musical J. Peter Burkholder señaló que esos préstamos están presentes en más de un tercio de la creación de Ives. Eran algo más que préstamos o citas. Su sobrino Chester reveló alguna vez que una noche, conversando sobre Beethoven, le dijo al tío que sentía que estaba haciendo lo que el genial músico alemán haría si estuviera vivo. La respuesta de Ives descubre la raíz de su intertextualidad: “Siento lo mismo, tengo una suerte de espíritu continuador”. Pero la tradición alimentaba en él renovaciones y audacias constantes.
En los años ‘60 se fue construyendo el mito de un Ives nacionalista y pionero radical, libre de toda influencia procedente del otro lado del Atlántico. “Tenemos (los estadounidenses) música que no depende de la historia musical europea, Ives parece haberla iniciado”, decía John Cage en 1968. Y Eric Salzman un año antes: “Ives es el primer compositor occidental importante que en esencia se mantiene al margen de las corrientes dominantes de la cultura europea”. En 1974, centenario de su nacimiento, comenzaron a aparecer libros que contradecían esas afirmaciones. H. Wiley Hitchcock señala en “Ives” (1977) que la Primera Sinfonía del compositor muestra “a la vez una influencia y un dominio de los ciclos sinfónicos de Brahms y Dvorak”. Burkholder analizó la Segunda Sinfonía y precisó sus modelos: Brahms en el diseño temático, Bach y Dvorak en el contrapunto, Tchaikovski en la forma “y los cuatro, más Wagner, en la textura, la retórica y el desarrollo de los motivos”. El autor de “All Made of Tunes” agrega que esta utilización por Ives de música ya escrita se ha considerado ejemplo de una técnica simple livianamente llamada “cita”, pero advierte que “la ‘cita’ no es una técnica en modo alguno, sino el resultado de diferentes maneras de basar una composición nueva en otra u otras existentes”. Ives lo hizo con variaciones, paráfrasis, improvisaciones, transcripciones, acumulación demúsicas de fondo, collages. Y quién sabe si corresponde calificar eso de influencias. Parafraseando a Roland Barthes, podría decirse que la música –como la literatura– transmite lenguajes, “es decir, formas que se pueden llenar diferentemente; por eso la noción de circulación me parece más justa que la de influencia”.
La obra de Ives es innovadora y compleja. En el segundo movimiento de “Una sinfonía de Nueva Inglaterra” (1903-1914) crea el efecto de dos bandas de música que se acercan, se cruzan y se alejan tocando cada una melodías distintas en claves y ritmos diferentes. Ives incorporó elementos de la cultura vernácula, como en su Segunda sonata para piano: sus cuatro partes llevan como título el nombre de pensadores y escritores trascendentalistas de Nueva Inglaterra –Emerson, Hawthorne, los Alcott, Thoreau–, pero la composición pasa de lo idílico a lo disonante. Esas intersecciones y contrastes hablan de un hombre para quien –según dijo– todo ruido era música. Y que volvía “nuevo lo viejo”, como exigió del arte Ezra Pound.
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