J.D. Salinger pasó el primer tercio de su vida intentando ser reconocido y el resto, intentando desaparecer. Hubiera odiado J.D. Salinger: una vida, la nueva biografía reverencial de Kenneth Slawenski, que nos llega justo un año después de la muerte del autor y que destierra y agrega hechos de la vida de Salinger, contándolos en clave de ficción. Reanima el cadáver, pero no logra hacerlo cantar.
Si realmente quieres saberlo, lo que falta —y esto no es necesariamente culpa de Slawenski— es la voz de Salinger. Estuve tentado de decir su voz inimitable, pero como ya sabemos ha sido el autor más imitado de nuestras letras salvo, tal vez, su amigo Hemingway. El lenguaje de Salinger ha infiltrado el lenguaje de nuestra literatura y refertilizado el vernáculo americano del cual surgió.
Slawenski esta impedido, en parte, por el legado de Ian Hamilton, autor de En búsqueda de J.D. Salinger (1988). Como cuenta Slawenski, después de haber recibido cero respuesta de Salinger y su círculo de amigos íntimos, Hamilton logró ubicar una cantidad importante de correspondencia no publicada — y citó ampliamente de sus cartas y de sus libros. Cuando un borrador del libro llegó a las manos de Salinger, el autor llamo a sus abogados y demandó que Random House sacara las citas de la correspondencia no publicada. El fallo inicial que fue a favor de Random House fue revertido tras una apelación —con repercusiones importantes para las leyes de copyright en los Estados Unidos— y el resultado inmediato de que Hamilton tuvo que parafrasear las cartas que eran el corazón de su biografía. Slawenski también tiene que obedecer el fallo de 1987 y, además, es limitado por su interpretación fastidiosa de la ley de copyright de uso justo en cuanto a sus citas de las obras. Por lo tanto está básicamente limitado a frases muy cortas.
La mayoría del libro fue escrito cuanto el litigioso Salinger aún estaba vivo, pero no puedo dejar de pensar si sus herederos no hubieran sido un poco más relajados sobre el tema de las citas. Las memorias de Margaret Salinger, Dream Catcher (Cazador de sueños, 2000), de las cuales depende mucho Slawenski, cita largos fragmentos de la prosa de Salinger, tal vez presumiendo que J.D. Salinger se hubiera frenado antes de demandar a su propia hija.
La biografía más comprensiva hasta la fecha ha sido Salinger (1999) de Paul Alexander, que evidenció simpatías con el autor pero no adoración. Slawenski es un admirador, por no decir un fanático. Por siete años ha dirigido el sitio Web llamado Dead Caulfields, y en una introducción embarazosamente emocional reporta su angustia al enterarse de la muerte de Salinger. “La noticia me miró desde mi in-box a través de un header horripilante y escueto. Leía: Descanse en Paz J.D. Salinger…Imposiblemente, busque un sentimiento que podría hacerle justicia al hombre”. Los lectores que busquen un balance equilibrado, tal vez tengan la sabiduría de parar aquí, donde la página casi esta mojada de lágrimas. Afortunadamente, el tono del libro es un poco más mesurado.
Slawenski parece haber descubierto los datos sobre el linaje del autor, de los cuales hasta Salinger mismo, y su hermana, dudaban. Su madre, Miriam, neé Marie Jillich, nació en un pequeño pueblo de Iowa de ancestros alemanes e irlandeses. Su piel clara y pelo rojo apoyaron la idea, ampliamente circulada, de que era un inmigrante irlandés. Es lo que Salinger le dijo a su hija. Marie cambió su nombre a Miriam, por la hermana de Moisés, un poco después de casarse con Solomon Salinger, quien manejaba un teatro en Chicago antes de mudarse a Nueva York para trabajar como importador de quesos y carnes europeas.
Jerome David Salinger nació en la ciudad de Nueva York en 1919 y se crió en un hogar secular próspero que “celebraba la navidad y la pascua judía.” (Aunque según las memorias de Margaret, Salinger celebró su bar mitzvah poco antes de enterarse que solo uno de sus padres era judío.) En 1932 la familia se mudo del Upper West Side a la dirección decididamente más gay de Park Avenue. Allí vivió en enorme piso que sería el modelo para la familia Glass en Franny y Zooey. El joven Sonny, como era el apodo de Salinger, fue a campamento, asistió a la escuela McBurney en el West Side antes de ser expulsado por notas bajas. Eventualmente fue a la academia militar Valley Forge, que años después fue transformada en su ficción a Pencey Prep, el escenario de las penas de adolescencia de Holden Caufield. Slawenski juzga que Salinger mismo, después de un comienzo desparejo, disfrutó y prosperó en Vally Forge. Aunque no fue ciego al antisemitismo ubicuo de su era —cuando las universidades Ivy League limitaba la cantidad de judíos que podían asistir a la aulaas— el autor no comenta incidentes en la vida del joven Salinger. Sin embargo, Doris, la hermana de Salinger, le contó a su sobrina: “Creo que sufrió terriblemente de antisemitismo cuando se fue a la escuela militar”.
Tras esta etapa, la educación de Salinger no fue regular: un semestre en la universidad de Nueva York y otro en Irsinus, un pequeño college en Pensilvania. Fue cuando se matriculó en una clase de escritura creativa en Columbia en 1939 que descubrió su vocación. Su tutor, en este periodo, fue Whit Burnett, el fundador y editor de la revista Story. Salinger publicó su primer cuento, The young folks (La gente joven) en Story poco antes de su cumpleaños número 21. Situado en una fiesta de jóvenes adultos en Manhattan, es más un retrato que un cuento, pero el hábil uso de diálogo y su maestría del habla idiomática ya están en plena evidencia.
Jerry, cómo se daba llamar ahora, decidió perseguir una carrera literaria en vez de inscribirse nuevamente en Columbia, pero su triunfo temprano fue seguido por una serie de rechazos. De todas maneras, encontró un representante en Haber Ober Associates, la agencia literaria que representaba su ídolo, F. Scott Fitzgerald.
Aun cuando luchaba para encontrar su propia voz, Salinger disfrutó de éxitos sociales con un grupo de jóvenes de la alta sociedad, incluyendo la hija de Eugene O’Neill, Oona. Ella tenía 16 años cuando conoció el Salinger de 22. Aparentemente, no fue su mente que lo cautivó. “Era un blef,” dijo la hija de un amigo de Salinger, “pero era espectacularmente bella.”
En 1944 Salinger recibió la noticia que The New Yorker, al que había estado inundando con cuentos, había aceptado su relato Slight Rebellion off Madison. En el cuento se ve Holden Caufield por primera vez, aunque vía la tercera persona en vez de la primera persona íntima de El guardián entre el centeno.
Antes que la revista publicara el cuento, los japoneses bombardearon Pearl Harbor. Después de este evento los editores consideraron que Holden y sus reclamos adolescentes sobre Madison Avenue no acordaban con el clima del país y suspendieron la publicación de Slight Rebellion off Madison.
Para este lector, el gran logro de la biografía de Slawenski es la evocación del horror de la experiencia de guerra de Salinger. A pesar de la reticencia de Salinger, Slawenski recrea, admirablemente, los movimientos de Salinger como soldado y recrea las batallas salvajes, las marchas crueles y los campamentos helados de los cuales participó el autor. Es difícil pensar en cuál autor estadounidense tuvo más experiencia de guerra. Fue parte de la invasión del Día D, desembarcando en la playa Utah. Slawenski reporta que de los 3.080 miembros del regimiento de Salinger que aterrizaron el 6 de junio de 1944, solamente 1.130 sobrevivieron apenas tres semanas más tarde. Después, cuando el Regimiento 12 de infantería intentó capturar el bosque de Hürtgen, las estadísticas eran aun más horroríficas. “De los 3.080 soldados originales que entraron en Hürtgen, solo quedaron 563 al salir.” Salinger sobrevivió está debacle justo para luchar en la batalla del Bulge y, poco después, en 1945, participó en la liberación de Dachau. “Podrías vivir una vida entera,” le dijo después a su hija, “y nunca quitarte de la nariz el olor de carne humana quemándose.”
Ese julio se internó en un hospital para lo que hoy reconoceríamos como síndrome de stress pos-traumático. En una carta a Hemingway, a quien conoció en el bar del Ritz poco después de la liberación de París, dijo: “Estoy en un estado constante de desaliento.”
Es notable que este autor tan profundamente ambicioso, que mandaba cuentos a Ober desde las trincheras, decidiera no escribir sobre sus experiencias en combate. Para Slawenski, esto se atribuye a su stress pos-traumático.
Salinger escribió varios cuentos durante los años de guerra, pero ninguno fuero publicado fuera de revistas.
La guerra esta en el trasfondo de A Perfect Day for Bananafish, publicado en The New Yorker en enero de 1948, después que Salinger pasara un año revisándolo con la ayuda de William Maxwell.
A base de este cuento Salinger consiguió un contrato especial con The New Yorker, aunque su relación con la revista, debajo de la edición de Harold Ross, siempre fue complicada. Rechazaron varios cuentos antes de publicar For Esmé, uno de sus escritos más positivos y optimistas, que provocó una ráfaga de correo de lectores. También rechazaron El guardián entre el centeno, que Salinger había completado en el otoño de 1950.
Cuando El guardián entre el centeno fue publicado por Little, Brown en 1951, la recepción crítica y popular fue favorable, aunque las reseñas fueron mucho más variadas de lo que nos quisiera hacer creer Slawenski. Estuvo varias semanas en la lista de best-sellers de The New York Times. Le gustó mucho a William Faulkner. A pesar de su éxito inmediato, su impacto gradual sobre la cultura en general fue inexorable. Muchos años antes de Elvis o James Dean, ni hablar de Los Beatles — Salinger prácticamente inventó la angustia adolescente. Cómo Mark Twain, Salinger inyectó un nuevo tono coloquial a nuestra literatura. Como Huck, Holden se convertiría en un ícono adolescente americano.
En 1974 John Updike comentó que “J.D. Salinger escribió una obra maestra, recomendando que los lectores que disfruten de un libro llamen a su autor por teléfono; y después pasó los próximos 20 años evitando contestar el teléfono.”
Pero aun antes de publicar la novela, Salinger comenzó a mostrar signos de la manía por la privacidad que lo harían famoso. Demandó que la foto se sacara del libro y huyó a Inglaterra para evitar las consecuencias de su éxito. Hay mucha evidencia de que fue ferozmente privado —por no decir paranoico— antes de convertirse en una celebridad. La explicación de Slawenski es la devoción de Salinger al principio Budista de transcender el ego. Poco después de volver de la guerra a Nueva York, Salinger se puso a estudiar Budismo Zen y misticismo católico; después su interés giraría hacía la Vedanta, “una forma de filosofía oriental centrado en las Vedas hindúes.” Sus prácticas religiosas afectarían su vida profundamente después de El guardián… (Mientras que Slawenski retrata sus aficiones religiosas cómo una evolución coherente, Margaret lo describe como un fanático inestable que pasaba de una moda a otra.)
“Después de El guardián…,” Slawenski propone, “el objetivo de Salinger cambió y se dedicó a crear ficciones que tenían un centro religioso, cuentos que mostraban el vacío espiritual en la sociedad estadounidense.”
Slawenski dedica unos capítulos cortos a la segunda mitad de la vida de Salinger, su exilio auto-impuesto a Cornish, New Hampshire. Una novia mía que lo conoció en la biblioteca de Dartmouth en los años 70, y después almorzó con él, me contó que Salinger habló básicamente sobre su dieta macrobiótica, medicina holística y su jardín. Después de divorciarse de Clair Douglas, su segunda esposa, que tenía solamente 16 años cuando comenzaron su noviazgo, tuvo varios romances con mujeres jóvenes. Salinger siempre le contaba a sus amigos que aun escribía y es posible que haya un gran archivo de cuentos y novelas no publicadas, aunque los lectores de su último cuento publicado, Hapsworth, donde parece estar hablando consigo mismo más que a sus lectores, se preguntarán si valdría la pena verlo. Aunque Slawenski aporta al record de la vida de Salinger, para mí, la biografía de Paul Alexander es más vívida y astuta psicológicamente.
Seguramente nunca habrá una biografía definitiva de Salinger, pero nuestra comprensión será modificada por las acciones de sus abogados y la publicación de materiales inéditos en los años que vienen. Por el momento, sin embargo, el creador de Holden podrá estar satisfecho en saber cuán exitosos han sido sus esfuerzos para borrar su propia historia.
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