¿Será posible, una huelga de poetas? Rafael Cansinos Assens sigue en su eterno retorno con un libro que desborda actualidad. El único escritor que mereció que Borges le llamase maestro en sus andanzas juveniles por España, el sabio que tradujo «Las Mil y una Noches» directamente del original -en un castellano perfumado con ocho siglos de mestizaje- y después vertió para nosotros la gran literatura rusa y muchas otras cosas; el hombre que saludaba a las estrellas en una docena de lenguas, la mitad de ellas muertas; el escritor que sintió la necesidad de eclipsarse detrás de su escritura después de ver cómo rasgaban el velo del templo de la inteligencia en los albores de la Guerra Civil y siguió toda su vida escribiendo sus diarios en inglés, francés, alemán y árabe aljamiado; el judío sevillano, Rafael Cansinos, el del más divino fracaso literario, regresa con una novela apasionante, basada en hechos reales.
Inclemencia y bolsillos de hule
En 1919 los periodistas fueron a la huelga en España y esa es la excusa. Cansinos, que sentenciaba en un solo adjetivo de tajo certero a sus contemporáneos y nos dejó las actas de la (¿vida?) bohemia modernista en los tres tomos de «La novela de un literato», retrata aquí las carestías morales, vitales y económicas de un periodismo, una vida literaria y un país como la España de las primeras décadas del siglo XX con tanta gracia como inclemencia. Aquellos periodistas que fundaban la asociación de la prensa en un banquete al que acudían con pantalones dotados de bolsillos de hule para llevar muslos de pollo sobrantes a sus famélicas proles sin mancharse la dignidad o el traje.
Los personajes, apenas irreconocibles, que entran y salen por esta novela retratan la vida pública y privada española con todo tipo de detalles. Mezclan sus reivindicaciones con los obreros y nunca acaban de despegarse de la petulancia intelectual que, como un pecado original, les ata a los poderes del mundo. Lo cual deja en el aire algunas preguntas fundamentales sobre la profesión casi más vieja que existe. ¿Infulas literarias? ¿Los periodistas son poetas o quisieron serlo? “Un día nefasto de su existencia empujó esa mampara roja del periodismo, que a veces cede tan fácilmente”. El informador es “esclavo del gesto ajeno, evangelista anónimo de las acciones de los demás, operador del cinema incansable de la vida...” y ahí se acaban las palabras amables sobre estos “obreros intelectuales”.
Antes de «La colmena»
Retrata las tertulias, las hambrientas conversaciones de café, a.d. «La colmena». Retrata los despachos periodísticos de entonces y de siempre:“El despacho de un director de periódico es siempre algo tenebroso y peligroso, como la cámara de un submarino”. Y retrata las conversaciones de don Criterio, el director, con sus zánganos: “Lo que funcionan son los crímenes”. “Pero nadie puede comprometerse a ofrecer uno diario, el crimen es arbitrario e imprevisto”, “Si se pudieran inventar”. “Inventar no, nos desacreditaríamos. Quiero decir, no inventar el crimen local. Pero tenéis libertad completa para el crimen extranjero. Además, ya sabéis mi lema: las heridas siempre son graves. Los muertos se multiplican.”
Se impone la huelga de poetas (¿periodistas?) porque su labor no es apreciada, precisamente en razón de su espontaneidad y abundancia. Al final, los periodistas fueron a la huelga y los diarios abrieron sus páginas a los precarios, los poetas sin precio,esquiroles literarios, visionarios sucedáneos...
Wikileaks
En la época en que aún no se había ganado el descanso dominical, las cuitas del periodismo semejan una caricatura muy didáctica de lo que acontece en las redacciones de los tiempos de Wikileaks. Pasen y lean, mojen pan y critiquen, como el protagonista en la reunión del sindicato: “¿Por qué no son más pintorescos los intelectuales?¿No observa usted que adptan instintivamente el luto eclesiástico? ¡Son los caballeros del Santo Sepulcro de la alegría!”. Claro que eso ahora, con los reallity....
Y en plena huelga, en aquella España de crisis sin energía ni calefacción gritan: “¡Soplan vientos bolcheviques!”. Y se responden: “Sí, hace un frío de estepa, lo más prudente será retirarse”.
Concluye: "Quizá el papel se acaba para que la estrofa renazca en el aire sonoro... Así se extinguirá la pavorosa indigencia del poeta, y repartido entre todos ese patrimonio peligroso de la inspiración, se tornará inofensivo, como ciertos venenos diluidos. Los proletarios enriquecidos por el trabajo van a recoger las liras de los petas pobres. Yo ya les di la mía. ¡Adiós Chepilo!".
Periodistas. Poetas. Cansinos. Pues eso.
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