Alfredo Fressia
La editora Seix Barral, Buenos Aires, viene haciendo un doble trabajo de publicación de la poesía de Juan Gelman (Buenos Aires, 1930). Por un lado, republica el conjunto de la obra ya édita del poeta, lo que implica un relativo orden diacrónico, y al mismo tiempo edita los nuevos poemarios del autor desde Dibaxu, 1995, al que sucedieron Incompletamente, 1997, y en 2001, Valer la pena (situado en "México, 1996-2000"). En el mismo año 2001, la editora presentó el tomo Anunciaciones y otras fábulas, que reúne tres poemarios de momentos (históricos y poéticos) diferentes: Fábulas, Buenos Aires, 1971, La junta luz, París, 1982, y Anunciaciones, también de París, 1987.Así, los dos tomos recientes de Seix Barral, Anunciaciones... y Valer la pena son sin embargo distantes en cuanto al momento y al locus de creación, aun teniendo en cuenta la (relativa) unidad de la "firma" Gelman. Más bien, se diría que el poeta de Gotán (1962), de los 29 poemas en sefardí, con su correspondiente versión castellana de Dibaxu, de los sonetos "implodidos" de Incompletamente, este poeta que recupera a creadores tan variados como Catulo o ciertos trovadores, o los místicos españoles, buscó siempre la diversidad en lo poético, y que obstinadamente las circunstancias trágicas de su país (del Continente), su militancia política, primero en el PC (1945-1964), después en Montoneros (hasta 1979), el exilio (a partir de 1975, voluntario desde 1988 en México), la desaparición de su hijo Marcelo (asesinado en el campo de concentración de Automotores Orletti en 1976) y de su nuera María Claudia Iruretagoyena, la búsqueda por su nieta secuestrada, Andrea, ya en Uruguay, todo contribuyó a que demasiadas veces se leyera su obra como "meramente" testimonial o comprometida.
Se trata de atributos que en principio nada tienen de peyorativo, pero que resultan precarios en la poesía de Gelman, una obra siempre interrogada por su misma condición poética, por su ser poesía, por la palabra y su salto de la "realidad" al arte. Ese movimiento entre la obra artística y las circunstancias sociales y biográficas, que también resultan colectivas, entre la urgencia de un Continente violentado desde su misma colonización y la poesía que se crea es un sino recurrente de la escritura latinoamericana, una "marca" dinámica de la que Gelman conoce los márgenes sutiles: "Cuando un poeta se posa sobre el mundo lo desplaza./ Cuando el pájaro muere, ¿qué pasa?/ A lo mejor le falló el corazón por instalar su levedad en el suelo./ O tenía la memoria cargada con cada vuelo que voló" ("Joseph Brodsky", de Valer la pena). No es ciertamente una experiencia única o meramente personal. Gelman publica su primer poemario, Violín y otras cuestiones, con prólogo de Raúl González Tuñón, en 1956, cuando el poeta integraba el grupo "El pan duro", al que se sumaría, por ejemplo, una poeta como Juana Bignozzi (Buenos Aires, 1937), también futura exiliada y cuya obra se inscribe en un proyecto estético semejante, que incluye la reconstrucción del mundo por la palabra.
Es sin duda esa dinámica perpetua de mundo y palabra, memoria y poesía, lo que explica la vastedad de la obra de Gelman, la locuacidad -en un poeta de lenguaje preciso, que no le teme al minimalismo- que lo convierte en uno de los creadores latinoamericanos que más ha publicado. Es como si Gelman, mucho más allá del fracaso o no de una militancia o de un proyecto de cambiar el mundo, tuviera que cubrirlo de palabras. O como si el silencio, que es en principio la irreemplazable parte en blanco donde la poesía se explica y cobra un significado nuevo, resultara intolerable en esta obra que tiende vocacionalmente al infinito. Valer la pena recoge 136 poemas, la poesía reunida del autor pasa de una decena de tomos (que por su vez recogen libros o plaquettes). Y lo extraordinario, por infrecuente, es que esa producción "respira", logra siempre cambiar estilos, revisitar retóricas, géneros, estéticas. Es decir, más que una obra, Gelman crearía el moto perpetuo de toda una literatura.
El lector de Anunciaciones..., por ejemplo (décimo tomo, en las ediciones Seix Barral) encuentra las "Fábulas", que pueden reunir el amor napolitano del almirante Nelson y Lady Hamilton, "Joaquín el anarquista" o la diosa hindú Urvasi, Lautréamont o José Gervasio Artigas, el militante Emilio Jáuregui, muerto por la policía de Onganía el 27 de junio de 1969, en una manifestación contra la presencia de Nelson Rockefeller, poco antes del "Cordobazo", o el amor amazónico del botánico Bonpland y la india Nunu, y aun Leopoldo Marechal o un amor de Osaka. Es sin duda uno de los momentos altos de esa ternura con que Gelman también cubre al mundo, "expropiado", sin fronteras, para recuperarlo bajo un orden nuevo, obediente sólo a la poesía. Pero el lector encuentra enseguida "La junta luz", escrito mientras se ejecutaba el crimen de la junta militar en su país (lo que, por cierto, no ocurrió sólo en su país) y dedicado "a las madres de Plaza de Mayo". Se puede definir este texto como una obra dramática, donde todo es poesía, aun las indicaciones escénicas. Pero no se trata de cualquier obra de teatro ni de cualquier poesía, sino de una paradójica tragedia paralizada, sin acción, donde sólo queda la Némesis, bajo la forma de la tortura policial, y la anagnórisis del amor (madres, hijos), todo construido sobre la forma coral y sobre el collage de un soneto de Vallejo, los diálogos absurdos recogidos durante las sesiones de tortura por Carlos Gabetta en su libro Todos somos subversivos, y el enigma poético que puede crearse en el discurso de y dirigido a esos coreutas femeninos que reflexionan sobre la vida dada y negada.
Pero el tomo no se queda ahí, como si el silencio después de ese "espectáculo" imaginado fuera irresistible. Sigue entonces, el extenso, desbordado poemario "Anunciaciones", de 1987, año de revelaciones, aceptaciones imposibles, con una poesía que se crispa entre el dolor, la ternura difícil y necesaria, la memoria y el imposible perdón. El poeta recurre a exacerbaciones de la imagen, casi siempre entre puntos de exclamación, con las barras que demarcan los versos, y con un significativo predominio del bestiario, como si el autor deCólera buey, de 1965, volviera ya no con sus revisitados pájaros, orfeicos, sino con las mismas bestias, incomprensibles ("lavás la noche con tu rabia harapienta/ duele al cuerpo el pensamiento infeliz/ alma flaca en amor/ (...)¡enterremos las bestias sin que ellas se den cuenta!/ ¡no nos vendrían mal unos baldazos de candor!/". El predominio de la segunda persona, que puede ser plural, colabora en la unidad del poemario, versátil como el amor, la patria, el pasado, y suscita paralelismos como los de un salmo: "¡inventen una lengua donde quepa/ todo el furor que falta!/ ¡acaballen su número para que sude Venus!/ ¡cuenten los años del cariño lavado!". Es como si "los ríos de Babilonia", los del exilio, del célebre Salmo 137, reaparecieran, desbordados, apenas limitados por puntos de exclamación y barras, como para poder sobrevivir, y lo hicieran en la sintaxis misma, tortuosa, de estos poemas, en esas imágenes que se bifurcan, que tienen demasiado dolor para nombrar y necesitan demasiada ternura para "enterrar las bestias". Y es por eso que se exasperan, en estos poemarios deAnunciaciones..., las transgresiones del idioma en las que el poeta encuentra una forma de extrañamiento ("la mundo", "la país", "el peste", "la perro"), los verbos conjugados por analogía ("las tuvió", "corazón/ ponido"), las dobles acentuaciones ("descangallándosé"), las sustantivaciones insólitas ("estaban barcos tus podríamos como regalos de confín"), maneras, en fin, de señalar la autonomía del idioma poético convocando, en muchos casos, la prístina mirada infantil.
Valer la pena, el libro más reciente, juega sobre el "exceso" en cuanto a la cantidad de poemas, esa imperiosa necesidad de decir, y, al mismo tiempo, la precisión de cada uno de los textos, generalmente breves, llenos a veces de un paradójico silencio. Escrito durante la búsqueda y el encuentro de su nieta, el poemario recupera las imágenes de abuelos, los padres, los hijos secuestrados, muerto uno, la mujer, la nieta, el enigma del pertenecer a una tierra, a una familia, o a un exilio (un tema fundacional para Gelman, el primero en su familia de judíos rusos que nació en Argentina), y los compañeros, esa presencia entrañable que abre el poemario: "el leve sonido a compañeros/ colgados en la noche, son/ urgentes, hacen/ un país que nadie conoce/ en el camino que empieza/ donde acaba la lengua del empujado" ("Torcazas"). Y sin embargo, la palabra y la poesía constituyen tal vez el motivo, la permanente reflexión del libro, el modo de "valer la pena", de ser digno de esa pena, ese dolor tantas veces enunciado y siempre escondido en su misterio, "el dolor que trabaja/ afuera del dolor". Porque "Vasto es el mundo y más vasta la pérdida./ Lo único que no se pierde es la pérdida./ Escribe en tu cuerpo que pasa/ lo que no sabe" ("Olores").
El poeta rasga la superficie de esa pena y de ese valor deslindando esos ámbitos nuevos que provienen de los muchos "entre", situados "entre" lugares próximos, que son también entrelíneas, entrepanes, entretiempos: "el pasado y la conciencia del pasado", "entre/ la sangre y la tinta de su sangre", "lo que perdí/ y el recuerdo de lo que perdí", o "Entre Hölderlin y la locura de Hölderlin", "la distancia entre Dios y Dios", "entre/ el ser y la ficción de ser", "la distancia entre él y él mismo". Es de lejos el recurso más usado en el libro, y sin duda el más sabio para quien se propuso estar a la altura de la "pena", cuando las fronteras del ser, como las de la poesía, se deslíen y se reconstruyen inesperadamente, o casi, y "todo horizonte viene de otro/ atrás".
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