Poeta Julio Medina Gimenes

Poeta Julio Medina Gimenes
s no es para quedarnos en casa que hacemos una casa no es para quedarnos en el amor que amamos y no morimos para morir tenemos sed y paciencias de animal.Juan Gelman

lunes, 27 de junio de 2011

LITERATURA,No ficción-Autobiografía trans Como parte del proyecto El Teje, la primera revista travesti local, el Centro Cultural Rojas editó Mi recordatorio. Autobiografía de Malva, un libro que cuenta en primera persona la historia de Malva, una trans que atravesó el siglo XX y lo cuenta todo: desde la homofobia de Perón a su paso frecuente por Devoto, cuando su subjetividad era delito.


Malva tiene más de 80 años y mantiene el estricto buen humor de alguien sin ganas de perder el tiempo. Llegó de Chile en la década del 40, dejando atrás una familia en conflicto con su condición y la idea de que “la homosexualidad no sería una consecuencia heredada ni adquirida” sino convencida que “el gen, como sustancia elemental, no admite reparaciones ni transformaciones”, según reflexiona en Mi recordatorio. Autobiografía de Malva (Libros del Rojas), un relato en primera persona que desafía la manera en que “son contadas” las historias de vida trans y, al mismo tiempo, muestra cómo las personalidades se van forjando en negociación con los discursos que las cuentan. “Opino así de acuerdo a cómo siento íntimamente mi condición de diferente sexual”, explicita en alguna de sus 150 páginas.

Su vida atravesó el siglo XX desde una perspectiva de “ghetto” como ella misma define en algunos pasajes, o directamente “el puterío”, como dijo durante la presentación de su autobiografía, en una entrevista asombrosa con Cristian Alarcón, periodista, escritor y autor de muchas buenas crónicas que no pasan por alto la mirada del que cuenta. “Malva es una memoria privilegiada y sutil por una América latina sin fronteras, y su libro se inscribe en lo que Pedro Lemebel ha instalado como una forma de contar la periferia, llevándola al centro”, definió al presentarla en el Auditorio del Centro Cultural Rojas, del que es flamante Coordinador del área de Comunicación.

Antes habló Marlene Wayer, directora de la revista El Teje, conocida como la primera revista travesti local, en la que Malva es columnista. Con la misión de reconstruir y registrar una memoria colectiva a la que la palabra le fue vedada (y en cambio fue expropiada por los archivos médicos, policiales y las tesis universitarias), El Teje se dedicó a capacitar en periodismo a personas travestis y transexuales, y la autobiografía de Malva es un hito fundacional en este proyecto. En el prólogo, Wayar explica cómo la idea de hombre y mujer como lo humano posible en el pensamiento hegemónico llegó a deshumanizar de tal manera la subjetividad diferente que no tenía alternativas: era demoníaca, criminal o patológica; o las tres cosas juntas. “Este ejercicio de memoria se vuelve hoy indispensable como acción política”, como también leyó en la presentación.

Un ejercicio de memoria y literario. Pero además hay una historia real, que camina en paralelo con la historia de toda la región. “Éramos cuatro marinconcitos de entre 14 y 17 años, y yo era el mayor”, relató esa noche –y relata en el libro– su viaje iniciático: el cruce de la cordillera de los Andes, a pie, de noche y a escondidas, desde Chile hasta Mendoza, “con un kilo de manzanas, dos panes y un poco de mortadela”, esquivando el retén de Gendarmería; de allí en tren a una Buenos Aires que todavía no había vivido el 17 de Octubre.      

“En esa época Perón todavía no existía, pero había un gobierno que dejaba hacer: no se metían con los putos, con la gente de la palangana”, contó en referencia al trabajo que la sociedad les tenía reservado en esa época a “los maricas”, el cambio de agua de las palanganas donde se higienizaban los hombres en las casas de tolerancia, como se llamaba a los prostíbulos. La Buenos Aires de la década del 40 tenía el Parque Japonés y el Parque Retiro, donde estaba El chispazo –local que reunía “toda la flora y nata de la delincuencia”–, pero también era “una bolsa de trabajo” según el relato de Malva, donde confluían los que llegaban en tren de las provincias y de los países limítrofes: “Yo me preguntaba dónde estaban Mirtha Legrand y Zully Moreno, pero los rubios estaban solamente en las películas, no estaban en Buenos Aires", reveló. Y deseó en voz alta que un documentalista retratara “el Bajo que yo conocí”. 

Para Alarcón, su relato encierra algo paradójico. La llegada de Perón fue sinónimo del encarcelamiento de las trans. “Lo más extraordinario es cómo describe la brutalidad y la homofobia del peronismo desde el 47, cuando se crearon los edictos más crueles con las trans y los gays en Buenos Aires, y el encarcelamiento, el golpe, la tortura que también existió y es algo de lo que no se habla –explicó– y la paradoja en que sea un gobierno peronista el que finalmente cambia esta situación y enarbola por fin las banderas del movimiento de las minorías sexuales”.

En los intersticios hay una vida laboral, surcada por la gastronomía, el mundo de la moda y la confección, el teatro de revistas y el piringundín de Plaza Flores donde cantó Gardel, los tranvías… Pero también están los recuerdos más sórdidos: el festejo de la Revolución Libertadora que terminó en pesadilla (“Isaac Rojas era un pingüino venenoso”), el exilio para escapar de la cárcel de Devoto (“Adoré Buenos Aires, pero me tuve que ir porque vivía en cana”), a los afiches con los rostros de los "buscados" por la dictadura de Videla que tapizaban la aduana de Paso de los Libres (“usted no tiene idea cómo se mató acá en la época del degenerado de Videla”), donde vivió una larga temporada y facilitó la huida vía San Pablo a una pareja perseguida por Pinochet.
“Regresé con la democracia de Alfonsín”, continuó su itinerario, "aunque con las mariquitas fueron bastante mezquinos los radicales; pero no nos perseguían, eso sí”. No fue hasta la instalación del Código de convivencia urbano que ser trans dejó de ser delito en Buenos Aires. “Hasta yo fui a hablar para que cambiaran el código”, contó casi al final, para el que tenía guardada una lágrima: “Lloré en la Casa de Gobierno cuando me dijeron ‘pase, señora’; en todos estos años jamás pensé que un presidente iba a estar codo a codo con los homosexuales, y eso me hizo pensar: ¡qué hermoso que es vivir!”.

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